Teleficcion
Entregada el alma al reino de las sombras de la pantalla doméstica, por unas horas de ocio, nos habíamos quedado más tranquilos, como cuerpos inertes y disponibles. Pero hay crisis. Caronte ya no lleva a la Laguna Estigia a las ánimas condenadas; el rufián de un lago de secano les toma los datos. Entonces llegó el tiempo de unas vacaciones, con mucho tráfico, y las autoridades idearon una campaña de seguridad vial que utilizaba cuerpos maltrechos para infundir conciencia del peligro en cuerpos aún enteros. Los anuncios se emiten en horas punta. La derecha, siempre atenta al buen gusto y al género ligero, critica la iniciativa por dramática. La tasa de accidentes decrece. La campaña decrece. Y el poder emprende su siguiente objetivo: infundir en el cuerpo social conciencia tributaría.Si tuviéramos espacio narrativo, esto podría ser un relato. Ya lo ha hecho el filósofo Javier Echeverría en su reciente y fascinante libro Telépolis, mezclando la ficción utópica con el ensayo de realidades económicas. Echeverría analiza el "televivir en el espacio", o nueva ordenación de nuestra vida social como miembros (telecuerpos) de una "ciudad a distancia", concluyendo que el telepolismo extrae provecho hasta de la desdicha; "los más astutos son capaces de reciclar como mensaje publicitario cualquier suceso que le ocurra al telecuerpo; desde ser secuestrado a tener el sida".
Tener un accidente era hasta hace poco una anónima forma de tragedia. Ahora, el mensaje político empieza por abajo (el concejal que, en tándem con Raffaella Carrá, amenazó a sus ciudadanos con sacarles haciendo pis en árboles por la tele), pero llega al nivel de pedir voluntarios que presten su mutilación al bien común. ¿La próxima campaña? El primero al que el fisco descubra trampeando, podrá lavar sus culpas. en un spots: si hubiera pagado a tiempo, no me vería ahora en esta humillación.
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