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Tribuna
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Incorrección

Javier Marías

Tras haber sido tachado de machista (qué menos) por la directora del Instituto de la Mujer -esa nueva oficina católica dedicada a la vigilancia y represión del habla y a la censura de culitos de un solo sexo- y de sexista (qué menos) por unas señoras feministas en una carta que contenía palabras tan estupendas como dimorfismo, supongo que debería decir algo al respecto, o por lo menos meditar sobre ello. Creo que meditaré, habida cuenta de que tanto los altos cargos de la Administración (¿o deberían ser altas cargas? No quisiera dar más argumentos) como las personas militantes y convencidas no suelen querer enterarse de lo que dice realmente un texto, sino que se limitan a reaccionar pavlovianamente ante lo que parezca objeción a sus inconmovibles credos necesitados de enemigos.Pero hay una frase sobre la que quizá sí valga la pena decir algo. La señora directora recordaba en su artículo que yo advertía en el mío que era políticamente muy incorrecto. "Sin embargo, lo escribe; él sabrá por qué", añadía la alto cargo con perplejidad institucional rayana en ingenuidad eclesiástica. El comentario me trajo a la memoria a aquellos curas de nuestra infancia que nos reconvenían estupefactos: "Y sabiendo que eso está mal, ¿por qué obras así, hijo mío? Dime, ¿por qué eres así, niño malo?". Aquellos curas estaban tan seguros de lo que estaba bien o mal que ni siquiera se explicaban que alguien optara por el mal, aunque fuese ocasionalmente. Como individuos fanáticos que eran (bueno, son), no concebían la posibilidad de no estar en lo recto y en lo cierto, o de que hubiera razonamientos que pusieran en duda sus consagradas creencias, ni siquiera aceptaban la relatividad, desde luego no la objeción ni la insumisión; alguien ya había pensado por ellos. "Sin embargo, lo escribe; él sabrá por qué".En efecto, sé por qué escribí aquel artículo, pese a saber, asimismo, que era "políticamente incorrecto". Y es más, no dejaré de escribir otros que lo puedan ser por el hecho de que puedan serlo, mientras este periódico me los admita: hace unas semanas, la Defensora de los Lectores, haciéndose eco de algunas cartas virtuosas, se preguntaba si no sería prudente ir adecuando cada vez más los contenidos del diario a lo llamado políticamente correcto. Como se sabe, el término viene de Estados Unidos para variar, y es lo bastante impreciso para que pueda manipularse a conveniencia. No voy a entrar ahora a discutir lo que hoy por hoy se considera correcto o incorrecto, aunque sería sumamente discutible (cuidado con poner trabas a una mujer, decir algo negativo de cualquier sujeto de raza no blanca, insultar. a un animal, hacer mención del aspecto físico de las personas, defender la legalización de las drogas o fumar, decir palabras reprobables, bromear en general y cientos de cosas más que condena la época, y la época piensa por los individuos). Lo grave del asunto es la mera existencia y creciente arraigo de esa expresión, su mero concepto. Pues en realidad no se trata sino del nuevo disfraz adoptado por el código moralista en estos tiempos, lo que viene a sustituir a aquellas otras expresiones, "como Dios manda" o "como es debido", acompañadas de otras más pragmáticas, "eso no se dice", "de esas cosas no se habla", o de otras más directamente policiales como "desacato a la autoridad" o "atentado a las buenas costumbres". Lo grave del asunto es que cuando unas sociedades laicas y supuestamente democráticas parecían haberse zafado de semejantes cantinelas y habían alcanzado un grado de libertad como no se había conocido -al menos libertad formal-, se amenace con un nuevo reglamento o código moralizante. A los efectos que hoy me interesan, no importa en absoluto cuáles sean los contenidos de dicho reglamento que ya afecta a la opinión y al habla: no importa que parezcan justos o razonables a muchos, protectores o educativos, que busquen el bien común o el respeto hacia las personas. Eso han afirmado buscarlo todos los códigos, todos han parecido justos y razonables a quienes los establecían y defendían, tanto que, además, solían querer imponerlos. El actual, tan entusiásticamente dado a la prohibición y la queja, ya va queriendo imponerse. Lo increíble es, en suma, que pueda prosperar otra vez un tipo de credo ante cuya desviación o contradicción se pueda exclamar con el dedo extendido: "¡Políticamente incorrecto!", de la misma o parecida manera que hace no demasiado tiempo se gritaba "¡Anaterna!", o "¡Antiespañol!", puestos al caso. En esta época desmemoriada y que pensando tan poco quiere pensar por todos, no sé si se recuerdan las consecuencias de aquellos gritos.

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