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Lunes de atasco

"No lo entiendo", pensaba mientras consumía el tercer cigarrillo, consecutivo sin que el coche se moviese ni un maldito centímetro. Su mujer, a su lado, callaba. Sus muchos años de matrimonio le habían enseñado la conveniencia del silencio cuando la cara de su marido mostraba esa cercanía a la explosión emocional. No quería ser la gota que colmaba el vaso y mucho menos el objetivo de la inevitable descarga nerviosa que se avecinaba. En el asiento de atrás sus dos hijos se peleaban, mientras que su madre, cercana a los 80 años, dormitaba entre empujones. Estaba metido hasta el cuello en una caravana inerte de 20 kilómetros de longitud cerca de Arganda del Rey, en la salida hacia Valencia.El caso es que este año había planeado con minuciosidad las vacaciones de Semana Santa. Quedarse en Madrid o irse a casa de sus hermanos en Alcudia. Había elegido la huida, por cambiar de escenario. No era plato de excesivo deseo, pues no congeniaba totalmente con su cuñado. Su compañero de oficina se iba a ir a Menorca, pero con dos hijos y una madre octogenaria...

"Me largo, pero por mi padre, que en paz descanse, que no me coge un atasco". Para ello esperó en su casa el Miércoles Santo hasta la una de la madrugada. Con tres cafés solos en el cuerpo y la familia medio dormida enfiló la N-III y notó, mientras circulaba a 120 kilómetros por hora, sin agobios, el placer del éxito. Para la vuelta la cosa estaba más fácil. Había pedido un día más de vacaciones. Un lunes, ¿quién va a molestarnos?

Llegó a la conclusión, allá por el quinto cigarrillo, con el coche en punto muerto, que había subestimado una vez más a Madrid. Ha sufrido tal gigantismo que hay gente para todo, y la idea le incomodaba. Gente para quedarse y sufrir aglomeraciones en la cola de un cine o en un bar del centro. Gente para convertir Barajas en un mercadillo persa. Gente para que un Lunes de Pascua, día laborable como otro cualquiera, colapse tu carretera y te haga fumarte hasta un pie. Madrileños de origen o adoptados. Por todos los lados. Enérgicos, gregarios e insomnes, nos etiquetaba el New York Times. A los americanos se les había olvida do lo más importante. Somos muchos, muchísimos, demasiados para cosa buena. Miró a su mujer y se sintió solo en medio del atasco.

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