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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Cuotas femeninas y privilegios masculinos

En un artículo publicado recientemente en su periódico, Javier Marías critica la pretensión de 21 ministras europeas de que la representación parlamentaria de las mujeres se adecue a su peso numérico dentro de la población. El escritor, después de tachar de sexista esta reivindicación, la descalifica con el siguiente argumento: llevado hasta sus últimas consecuencias, el criterio de las ministras conduciría a establecer cuotas relativas no sólo a mujeres, sino también a gordos, rubios, altos, sordos, tullidos, zurdos y un largo etcétera. De esta forma, la selección de individuos en cualquier esfera de la vida pública no estaría basada en su aptitud para desempeñar una función dada, sino en su pertenencia a determinados grupos que asegurasen una composición políticamente correcta. Teniendo en cuenta que gran parte de las variables consideradas por el señor Marías para caracterizar a sus grupos (el color del pelo, la estatura, el peso ... ) no guardan relación alguna con la aptitud para desempeñar tareas en la vida pública, sería esperable que, de acuerdo con la ley de probabilidades, y en un contexto de igualdad de oportunidades, la representación de cada uno de estos grupos en cualquier esfera no se alejase demasiado de su peso relativo en el conjunto de la población. En el caso de que en una parcela determinada se apreciara un sesgo claro en relación a alguno de tales atributos (por ejemplo, si el 90% de los catedráticos de universidad fueran pelirrojos), este hecho, estadísticamente anómalo, requeriría sin duda una explicación sociológica.

Sabemos, sin embargo, que hay variables no relacionadas a priori con la capacidad potencial para el desempeño de cualquier función (como son, por ejemplo, el sexo o el color de la piel) que determinan una curiosa distribución estadística por sectores de actividad y, sobre todo, por niveles jerárquicos dentro de cada sector. ¿De verdad piensa el señor Marías que la infrarrepresentación de las mujeres en las esferas de poder público y político es un fenómeno casual, y que la situación podría invertirse espontáneamente cualquier día de éstos, pasando aquéllas a ocupar el 80% o el 90% de los puestos de poder?

Como muy bien sabe el señor Marías, la razón de ser del movimiento feminista no es el dimorfismo sexual de la especie humana, sino la estructura sexista de la sociedad, que nada tiene que ver con las anatomías femenina y masculina. El día en que la variable sexo sea un atributo físico de las personas similar a su estatura o al color de sus ojos (y eso es justamente lo que las feministas pretendemos), puede estar seguro el señor Marías de que la representación de las mujeres en cualquier esfera se corresponderá aproximadamente con su peso numérico dentro de la población, ya que, en ausencia de trabas sociales que lo impidan, las leyes de la probabilidad actuarán libremente en su sentido habitual.

Las reivindicaciones feministas son consecuencia del machismo imperante. Invertir la acusación de sexismo, devolviendo el término a las feministas que lo combaten, es una reacción típicamente defensiva y una defensa típicamente reaccionaria. Lo es a priori, antes de toda reflexión, por el mero hecho de plantear implícitamente una simetría entre quienes detentan un poder y quienes se oponen a él. Pero lo es también, sobre todo, por la intencionalidad última de esta contra-acusación, que no es otra que la de descalificar y neutralizar a aquellas que se atreven a cuestionar el status quo del colectivo masculino, planteando medidas concretas que atentan contra sus privilegios de hecho.-

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