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Reportaje:

Misterios latinos

La aventura burocrática de una americana, en pos de una carta perdida hace 16 meses entre Santiago y Turín

XOSÉ HERMIDAKellie Germond, natural de un pequeño pueblo de Minnesota, llegó hace seis años a Galicia para ampliar sus estudios de Antropología y ya había tenido tiempo de acostumbrarse a lo que ella define como "pasotismo" español. Pero nunca imaginó que su capacidad de asombro iba a pasar una prueba tan dura. "Después de tanto tiempo reclamando, ya me conocen todos los empleados de Correos de Santiago", comenta jocosamente.

En 1992, Germond se fue a vivir unos meses a Turín. A principios de noviembre tuvo que viajar a Galicia para arreglar unos asuntos personales y compró un billete de ida y vuelta de Iberia entre Milán y Santiago por el que pagó unas 60.000 pesetas. El día 14 de ese mes se disponía a regresar a Italia, pero al llegar al aeropuerto cayó en la cuenta de que había olvidado el billete en casa. Acudió al mostrador de Iberia enseñando un resguardo de la reserva, pero en la compañía aérea le explicaron que ese documento no tenía validez. No obstante, le ofrecieron una solución: "Pague usted un nuevo billete y cuando recupere el antiguo, nos lo trae y le devolvemos el importe".

Una vez en Turín, pidió a un amigo suyo de Santiago que le enviase el billete por correo. La carta fue certificada en la ciudad gallega el 19 de noviembre de 1992. Y nunca más se supo.

"Esto parece una historia de la época del Pony-Express ", bromea Germond recordando el legendario servicio de Correos que recorría su país en los tiempos de los pioneros. Cuando telefoneó de nuevo a su amigo gallego para confirmar que la carta estaba enviada, éste se percató de que había cometido un error al escribir la dirección de la norteamericana en Turín: en vez de calle Tomasso, puso Santo Tomasso. Para curarse en salud, Germond advirtió del error a los servicios de Correos italianos. "Incluso hablé varias veces con los carteros de la zona donde vivía", explica. "Pero todos me aseguraron que ese envío no había llegado a Turín y que, en cualquier caso, al figurar una dirección que no existe, lo hubiesen devuelto al remitente".

Sin embargo, cuando regresó de nuevo a Santiago, en enero de 1993, la carta seguía sin apare cer. Y empezó el rosario. Acos tumbrada a una cultura donde el asunto más nimio puede desencadenar una batalla judicial, Germond mostró una perseverancia increíble: "Cada vez que pasaba por delante de la oficina de Correos, entraba a preguntar. Creo que he ido al menos 100 veces. Mis amigos me decían que lo dejara, pero yo pienso que hay que reclamar siempre, aunque sea para que estas cosas no vuelvan a suceder".

Durante meses, nadie pudo ofrecer una explicación sobre el paradero de su carta. "Un día me aseguraban que no estaba el responsable, al siguiente decían que tenía que acompañarme el remitente de la carta, otro que aún no le habían contestado desde Madrid... así, durante un año", recuerda Germond resignadamente. Al fin, en noviembre de 1993, Correos resolvió el enigma. "Pudimos comprobar que la carta llegó a Milán", explica un portavoz de la oficina de Santiago, pero a partir de ahí, la Administración italiana no sabe nada más. Ellos se han hecho responsables del extravío".

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La dirección de Correos en Santiago reconoce la tardanza en comunicar el paradero de la carta, pero se excusa "por lo premioso que resulta un proceso así cuando está implicada una Administración extranjera". Finalmente, se le concedió la indemnización establecida para los casos de extravío: 3.440 pesetas. Para poder percibir el importe íntegro del objeto perdido, Correos señala que es necesario hacer constar su valor y pagar un seguro especial.

Hasta el pasado martes día 29, Germond no cobró la indemnización. Durante cuatro meses intentó reclamar el importe del billete, pero Correos le advirtió que o tomaba lo que le ofrecían o se terminaba el plazo. Ella se encogió de hombros y aceptó la evidencia: "Me fui a tomar un zumo para celebrarlo. Los papeles con las reclamaciones los guardaré como recuerdos de España".

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