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¿Y la izquierda?

Juan Arias

La derecha pura y dura, capitaneada por Berlusconi, ha ganado las elecciones, entre otras cosas, porque la izquierda variopinta de los ocho grupos del Polo Pogresista no fue capaz de convencer al electorado de que ellos, y no el eufemístico Pacto de la Libertad, eran lo más potable y en definitiva lo más nuevo de una clase política en escombros.Ya algunos intelectuales habían alertado a la izquierda para que se presentara a las urnas con personajes nuevos, sin confiar demasiado en el viejo aparato aunque no fuera corrupto, porque la petición de novedad que subía de la base era muy fuerte. Y no lo hizo. Ni cambió su manoseado lenguaje de siempre que tanto aburre, sobre todo a los jóvenes. Como no creyó que en Italia -donde la derecha que no se avergüenza de serlo había estado siempre anatematizada e identificada con Mussolini- pudiera ganar Berlusconi. Y se equivocó. Curiosamente, la izquierda progresista, que debería haber sido la más atenta en olfatear por donde iba la sociedad y captar la carga de rabia que llevaba dentro tras haber visto a una entera clase política en el banquillo, se durmió en los laureles y, se limitó a condenar al adversario político sin proponer una nueva frontera de esperanza ante un pueblo amargado.

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Para ganar los votos moderados la izquierda presentó, por un lado, un programa casi de derechas, que irritó a las capas de la sociedad más golpeadas por la crisis pronosticando un futuro de sangre y lágrimas, mientras Berlusconi seguía sembrando sueños imposibles pero que halagaban a esa parte de la sociedad que no quiere ni oír hablar de recortar su gran nivel de vida.

No se puede olvidar que en un reciente sondeo sobre las preocupaciones de los italianos figuraba el desempleo en el primer puesto y la corrupción en el último. Y la izquierda, ante ese nervio en carne viva, se limitó a ridiculizar a la derecha de Berlusconi, que prometía un millón de puestos de trabajo en tres años, contraponiéndole un programa sin alma, resignada a perder hasta el punto de no haber sido capaz de promover a un líder y anunciando que, si ganaba, acudiría al conservador ex presidente de Gobierno Carlo Aziglio Ciampi.

Ahora la izquierda, si quiere gobernar mañana en Italia, no puede olvidarse de que los italianos, en las urnas en las que enterraban a la I República, han dejado muy claro que quieren simplificar la eterna política de gobernar todos juntos sin posibilidad de alternacia. De hecho han dejado en los huesos al centro, que había sido la expresión más gloriosa de los Gobiernos de las últimas décadas, y han volcado sus votos en los dos grupos de derechas e izquierdas. Y eso no tiene marcha atrás.

La derecha que ha visto que puede ganar acabará reajustándose, perdiendo probablemente algunos aliados y ganando otros. Berlusconi ya ha dicho que él es de centro y no de derechas. Y la izquierda, si quiere ganar mañana, deberá también reorganizarse para oponer a la derecha un programa y una idea de progresismo de futuro, que no teme ni hace asco S a la modernidad, incluso a la telamática, dándose cuenta de que hoy, en política, nos guste o no, no son suficientes, para obtener el consenso, las estructuras de las viejas técnicas de organización de partido tradicional, sino también una formidable dosis de fantasía e imaginación para servirse de las nuevas técnicas para comunicar con el electorado. No basta con estigmatizar a la televisión, hay que saber usarla y, por ejemplo, Occhetto perdió ante las cámaras, y ante 10 millones de telespectadores, en su cara a cara con Berlusconi, la ocasión de haber desenmascarado lo que la izquierda llama "la derecha de paja" del rey de la televisión. Y no lo consiguió.

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Ahora la mayor tentación de la izquierda podría ser el caer en la torpeza de impedir gobernar a la derecha impidiéndole así que se quede desnuda ante sus recetas milagreras. Sería la forma mejor de perder dos veces, y de dar la impresión de que tiene miedo de gobernar.

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