En base
El mundo es injusto con los ingleses. Está de moda burlarse del premier Major por predicar desde el púlpito conservador un retorno a las nociones básicas de moralidad, que luego, dicen los burlones, las figuras más conspicuas de ese partido traicionan con su conducta erótica. Mi admiración por los tories, al contrario, no tiene límites. Bueno, sí: económicos. No comulgo del todo con los dogmas mercadistas de Mrs. Thatcher, y en cuestiones sociales y raciales me sitúo ligeramente a su izquierda. Pero ¿no son minucias comparados con el ejemplo que los conservadores nos dan en la cama? Si yo aún tuviera eso, querría que mi vida íntima fuese tory.
Y es que se les acusa de hipocresía. ¿Hipócrita el viceministro de Transportes, que indujo por adúltero al suicidio de su mujer; hipócrita el diputado Milligan, que se mató por amarse vestido de vampiresa; hipócritas los dignatarios que han truncado sus carreras por mujeres tan bravas como Sancha y Bienvenida, ese quijote del establishment? La casi totalidad de los escándalos sexuales que han conmovido la escena británica de la posguerra la protagonizaron políticos de la derecha, y eso es una lección de lo sensibles, de lo sensuales, de lo simples que son. Porque vamos a ver, ¿qué centrista español le ha disparado al perrito de su amante peluquero como hizo el liberal Jeremy Thorpe? ¿Qué miembro del PP se autosatisface hasta el último suspiro recamado de encajes? Y, sobre todo, ¿qué político nuestro es tan básico como para dejarse coger?
El mundo se equivoca al pensar que el back to basics de Major ha fracasado. Hoy, al político conservador inglés se le ve en todas partes como a un tory pasado por la piedra de alguien, chapero o valenciana, pero la prueba de su docencia es la ingenuidad: todos son unos inocentes. Se dejan pillar por las lagartas, se dejan sorprender. Se dejan. Un ejemplo.
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