"Hola, Fernando: soy Dios"
Billy Wilder felicitó al ganador del Oscar, aclamado con su equipo en el aeropuerto de Madrid
"Hola, Fernando: soy Dios", le dijo el norteamericano Billy Wilder a Fernando Trúeba cuando le llamó por teléfono para felicitarle por el Oscar a Belle époque. Cuando recogió su premio el pasado lunes en Los Ángeles, Trueba admitió que, si hubiera creído en Dios, le habría agradecido su triunfo, pero que como sólo creía en Billy Wilder, era a él a quien rendía homenaje. "Desde ese día, la gente se arrodilla ante mí por la calle", le explicó el director norteamericano a Trueba, que ayer saboreó su gloria en Madrid.Comenzó muy temprano en el aeropuerto de Barajas, con piropos y gritos de "torero, torero" y continuó en la Sociedad General de Autores, con un aplauso cerrado por parte de sus compañeros del cine. Pilar Miró, Emilio Martínez-Lázaro, José Luis Cuerda, Manuel Gutiérrez Aragón, José Luis Borau, Jaime Chávarri, el anterior ganador del Oscar, José Luis Garci, y la ministra de Cultura, Carmen Alborch, además de un sinfín de productores y técnicos, no quisieron perderse la magia que rodea al equipo de Belle époque.
Desde los tiempos históricos en que el Real Madrid ganaba algo decente y los hinchas acudían a festejarlo con sus ídolos, en el aeropuerto de Barajas ya casi nadie recordaba un recibimiento así. Tuvo que ser un equipo de estrellas de cine el que ayer removiera la memoria madrileña. Eso sí, con una estatuilla del Oscar por delante.
Fernando Trueba llegó desde Los Ángeles acompañado de Maribel Verdú, Miriam Díaz Aroca, Mary Carmen Ramírez, Gabino Diego y el resto del equipo técnico de Belle époque que viajó a Hollywood. Ni Jorge Sanz, que se encuentra en Uruguay, donde rueda su próxima película; ni Penélope Cruz, que se quedó en Nueva York; ni Ariadna Gil, que adelantó su vuelta el miércoles por motivos de trabajo, pudieron vivir con sus compañeros la calurosa acogida. El director de Belle époque traía la estatuilla del Oscar en un maletín que no abandonó en ningún momento, excepto cuando pasó el control en el aeropuerto norteamericano, donde sonó estrepitosamente. Un policía obligó a vaciar la maleta, y cuando se encontró con la sorpresa causante del ruido se echó a temblar y a hacer reverencias al poseedor de la mítica estatuilla.
El colapso sufrido por la aduana número dos del aeropuerto de Madrid traía locos a los agentes de viajes que con los consabidos carteles trataban inútilmente de encontrar a sus clientes, entre la cincuentena de fotógrafos y cámaras de televisión. Los vídeos domésticos surgieron como debajo de las piedras. Todos querían llevarse un recuerdo del momento. Un grupo de amigos de Algeciras estuvo a punto de perder el avión y quedarse sin sus programadas vacaciones en Canadá esperando la llegada del ganador. "Aquí, al pie del cañón", decía una de las viajeras, rodeada de su pesado equipaje, que consiguió arrebatar la estatuilla a Trueba y fotografiarse con ella.
En medio del marasmo de nervios, Máximo Trueba, el padre del director, era el único que mostraba una tranquilidad casi pasmosa. El orgullo, que lo llevaba muy dentro, le salió con esta frase: "Ha sabido aprovechar el tiempo. A mí no me sorprende esto del Oscar, lleva trabajando mucho y se veía venir".
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