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"¡Atención!, un tirachinas"

El tenso viaje de los trabajadores de Santana hasta el Congreso del PSOE en Madrid

Los focos de las televisiones iluminaban ayer a la cinco y media de la madrugada el solar adjunto a la avenida de Linarejos, en Linares. Dieciséis autobuses, perfectamente alineados, iban llenándose con los casi mil trabajadores de Santana Motor. El orden era perfecto. "Estamos cogiendo una gran experiencia en movilizaciones. Igual podemos colocarnos como asesores en huelgas", decía Enrique Ortega, en su tercera excursión a Madrid. Las casacas azules de la empresa se van haciendo familiares. El sueño todavía mantenía relajados los músculos. No se oía una mosca. El informativo de las siete de la mañana hizo de despertador. "El Congreso del PSOE centra la atención del día". "Traidores", "Vendidos al capital", se espetó desde la parte delantera del autobús. Nadie se unió al coro.La jornada no había hecho más que comenzar. "Vamos a serenarnos". "No debemos provocar". En Villanueva de Franco, mitad del camino, parada y café. Tras el desayuno se afinaban las gargantas. Primer coro: "Felipe, andaluz, traidor del Sur". En Llanos del Caudillo, fuerte frenazo ante el primer síntoma de, que la "entrada a Madrid está tornada". Los ánimos comenzaban a excitarse y los más guerreros empezaron a calentar el ambiente. "Ya veréis como nos tratan como a terroristas. Nos van a encajonar como a los toros". Ocaña a la vista. "Ya la hemos jodido; la policía". Arturo Jiménez se salió al pasillo y revolucionó el autobús cuando observó que más de 50 guardias del grupo antiterrorista rural especial con metralleta y casco esperaban en un área de servicio adonde se les hizo indicación de parar.

Primeras escenas de nervios. "Si ustedes colaboran todo irá bien", explicaba uno de los cuatro guardias civiles que registraban cada autobús. Iban mirando a cada pasajero y chequeaban bulto por bulto del altillo. "Somos inofensivos. Sólo traemos el bocadillo", saltó una mujer con el tono cortado. "Cumplimos órdenes, somos trabajadores", contestó el mocetón uniformado. Diez kilómetros más adelante, la misma operación. El registro fue más exhaustivo. "¡Atención!, un tirachinas". Tres agentes se llevaron a un joven en cuya mochila habían encontrado ese instrumento de precisión con 30 canicas como munición.

La confusión hizo estallar los nervios. "Manos arriba, esto es un atraco", corearon todos. "Esto es una dictadura", "Ni con Franco pasaba esto", "No somos terroristas, somos trabajadores". Los 50 guardias civiles, impasibles, aguantaban el chaparrón. Los autobuses enfilaron la autovía. A 15 kilómetros de Madrid, nueva parada. "Esto es el colmo". Los trabajadores se enrabietaron. Por delante de la caravana se situaron dos furgonetas de la Polícia Nacional con las sirenas encendidas. Por encima, un helicóptero seguía la caravana. "Ni que fuésemos Clinton, para tanta escolta". Por la M-30, la entrada era un espectáculo hasta torcer por Concha Espina, totalmente acordonada por la policía. Allí esperaban las 500 personas que vinieron en sus coches. Juntos, comenzaron la protesta.

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