Pronóstico
Todos los detalles están a punto. Si hay suerte y los damnificados no son muchos, el congreso del PSOE podrá transformarse en el espectáculo de relanzamiento que ha buscado inteligentemente Felipe González. Una vez cribadas, las enmiendas crearán la impresión de un debate real sobre los temas que preocupan al ciudadano. La renovación mostrará su rostro humano, con el ex número dos redimido formalmente por su dócil silencio, en tanto que ruedan otras cabezas. Tal vez Guerra alcance a cantar una vez más la Internacional puño en alto, mientras Felipe y los suyos cruzan púdicamente las manos (si es que no ven llegado ya el momento de librarse del anacrónico himno del Ni Dios, ni césar, ni tribuno). La televisión pública otorgará al acontecimiento el trato servil que el viejo No-do forjara para las celebraciones del régimen: profusión de imágenes, sonrisas de satisfacción en presentadores por transmitir tan feliz evento, ni una sola voz crítica o discordante. Elogios para el carácter democrático del voto secreto y bloqueo de lista para evitar sustos. Como colofón, doble apoteosis, del poder consolidado de González y de la fraternidad entre los bandos.En la fase final de preparación, las clavijas han sido hábilmente apretadas para eliminar los obstáculos ante esa meta ya próxima del partido bonapartista. Hasta los oponentes previstos han sabido adaptarse al guión trazado. Guerra es consecuente de que su única baza consiste en capear el temporal, conservando posiciones en espera de una derrota electoral, tras la cual muchos volverían a cambiar de bando. No iba a convertirse en paladín romántico, de unas ideas.
Todo ha quedado en sus justos términos, como en una escena del antiguo régimen donde el Monarca rehúye el contacto con su antiguo valido, limitándose a supervisar la labor del secretario de éste. Entretanto, los barones del partido asumen un papel de auxiliares encargados de limar asperezas. Y hasta Izquierda Socialista entra resignadamente en el juego, acudiendo a La Moncloa para escuchar allí que el Jefe no cuenta con ellos.
El balance es inequívoco: el centro de poder único reside y residirá en el palacio del presidente. Para dirigir el partido, cauce de comunicación hacia la sociedad, González cuenta con discretos políticos, de fidelidad probada, como Joaquín Almunia, con el respaldo que supone el desembarco de los hombres del Gobierno y de los líderes regionales. La renovación consiste en la construcción de un sistema de poder reflejo del estatal. Por eso las justas de ideas que puedan celebrarse en el congreso no pasarán de puro entretenimiento, ya que no será misión del partido elaborar política. Los compañeros devienen súbditos. No es extraño que la información precongresual en la prensa se haya centrado en esa cuestión del poder y sobre los personajes que intervienen de un modo u otro en su configuración.
Y lo cierto es que, pese al repiqueteo de los escándalos, la comunicación, arma maestra de González, ha mejorado y el partido-altavoz puede funcionar. Tras el brillante ejercicio del 27-E, el Gobierno ha impartido una nueva lección en el tema de los objetores de conciencia. Nada de teorizaciones estilo Programa 2000, ni mucho menos apertura de un debate general sobre el Ejército que necesita España. En vez de eso, filtraciones calculadas, movilización de plumas amigas y creación de un coro en el que participan ciudadanos por encima de toda sospecha. Una decisión rápida, con aparente respaldo social.
Pese a la intervención positiva en última instancia del ministro de Justicia ante las posiciones de Defensa, queda en la sombra la indefensión que, de hecho, supondrá para unos jóvenes de 16 años verse sometidos a la presión de un interrogatorio sobre su sinceridad, donde además el pesquisidor será juez. De nada sirve que la objeción esté en el texto constitucional. Es el camino a seguir.
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