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Un congreso de transición

Desde que la UCD pasó del Gobierno a la desaparición casi sin solución de continuidad, arraigó en el país la opinión de que la competitividad intrapartidaria es un mal del que hay que huir.Sin duda, es esta idea la que está en la raíz de los comentarios que vienen haciéndose desde hace años sobre el PSOE y en los últimos tiempos sobre el 33º Congreso. Posiblemente así se vive dentro del propio partido socialista.

Y sin embargo, nada hay más lejos de la realidad. La competitividad intrapartidaria es un elemento esencial para garantizar la supervivencia de un partido, ya que hasta la fecha no se conoce otro método mejor para depurar a una organización de sus elementos menos eficaces.

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De ahí que el análisis de la polémica nacida en el seno del socialismo español deba caminar por otros derroteros. Pues lo anómalo no es lo que está ocurriendo ahora. Lo anómalo es lo que ha ocurrido en el PSOE en las dos últimas décadas.

En efecto, la vida del PSOE ha estado determinada por tres circunstancias difícilmente repetibles: un liderazgo indiscutible con características carismáticas en el sentido weberiano del término; un excepcional y reiterado éxito electoral en los momentos prácticamente fundacionales de un régimen democrático, y una refundación e implantación nacional del partido al calor de estas dos primeras circunstancias.

No puede extrañar, en consecuencia, que la competitividad interna haya sido muy reducida, limitándose al conflicto con la UGT (que no es poco). Digerir el crecimiento y hacer frente a las responsabilidades de Gobierno consumía todas las energías de los militantes del PSOE, sin dejar margen para conflictos internos.

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El PSOE ha vivido una experiencia excepcional, que no sólo es irrepetible, sino que además no puede durar mucho. Ni el liderazgo de Felipe González puede mantenerse indefinidamente, ni la repetición de los éxitos electorales del pasado es previsible. A medida que esto se intuye, es lógico que se produzcan tensiones internas, a fin de controlar la dirección futura del partido.

Esto es lo que está ocurriendo o, mejor dicho, ha empezado a ocurrir. Y está bien que así sea. Lo que no hubiera sido sano es la prolongación de lo que ha venido ocurriendo en el interior del partido desde hace dos décadas.

La tensión política, la competitividad en el interior del partido es algo positivo. Lo patológico es que no la haya. No es éste el problema del PSOE y de su 33º Congreso.

El problema está en que la tensión y la competitividad interna está dominada todavía por el pasado, por la figura de su secretario general y la sombra del vicesecretario. El resultado final del debate tiene unos límites obvios para todo el mundo y por eso el debate es un debate cautivo, que no va a poder dejar satisfecho a nadie ni dentro ni fuera del partido.

Dicho en pocas palabras: el PSOE ha demostrado haber sido capaz de gobernar el país en circunstancias nada fáciles y con un éxito más que razonable. Lo ha hecho con una organización interna propia de un sistema político todavía en su infancia, excesivamente dependiente de la persona de Felipe González. Le queda ahora por demostrar que es capaz de continuar siendo un partido de Gobierno con un debate interno inexistente en el pasado. La UCD fracasé en el intento de transformar unas siglas electorales en un partido. La posición del PSOE es muy diferente. Pero el cambio que tiene que hacer no es nada fácil. Los primeros indicios de cómo se dispone a afrontarlo no son nada prometedores.

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