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Tribuna:"IN MEMÓRIAM"
Tribuna
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Aurelio Peccei, una llama viva

RICARDO DÍEZ-HOCHLEITNEREl pensamiento y la personalidad de Aurelio Peccei se han convertido, a diez años de su muerte, en llama viva para cuantos le conocieron y cuantos le siguen leyendo

Han transcurrido veloces diez años exactamente desde aquel día en el que Aurelio Peccei se aprestara a convertirse en cenizas en medio de los cipreses romanos, testigos mudos del inconsolable aunque contenido dolor de los suyos allí presentes: su familia y un sólido grupo de amigos unidos a él en sus desvelos por el futuro del mundo. Entre mis manos frías de un atardecer desapacible, sostuve en aquella ocasión, y a modo de indispensable cayado para mi desánimo, su último mensaje publicado, Testimonio para el futuro. Ahí, entre sus páginas, estaba indeleble ese espíritu esforzado y animoso, aunque cargado de graves advertencias de alarma, para insistir, una vez más, que en todos sus desvelos "el objetivo, el problema y la esperanza" habían sido siempre el propio hombre. Ese mensaje suyo, siempre riguroso y tantas veces apasionado, sobre la inmensa trama de los problemas universales enrevesados e intrincados que vivimos, concluía con el reconocimiento de que hay que recuperar para los hombres un mundo de valores como principal respuesta a todas nuestras tribulaciones.El impacto imperecedero que ha dejado el pensamiento y la personalidad de Aurelio (Peccei) se ha convertido ahora en llama muy viva para la conciencia de cuantos le conocieron y de cuantos le siguen leyendo, además de seguir inspirando los cada vez más numerosos estudios, debates y acciones del Club de Roma.Guardo indeleble el recuerdo de nuestro primer encuentro: su visita en 1964 al Banco Mundial en Washington -procedente de Buenos Aires- para tratar de descubrir qué modelo de sociedad futura teníamos en mente a la hora de decidir las cuantiosas inversiones en educación que entonces acababan de serme encomendadas o qué ideas me movían en anos previos al asesorar planes y reformas ambiciosas en diversos países. "¿Qué tipo de sociedad (deseable, viable) nos van a deparar las actuales políticas e inversiones en favor de la educación?", preguntaba Aurelio, una y otra vez, hasta lograr abrir interrogantes frente a la simplista insistencia en la democrática expansión y mejora de la calidad educativa para lograr, "más y mejor educación para todos", que aún atenaza tantas políticas nacionales miopes, sin pararse a contribuir a resolver los innumerables y graves problemas globales y a largo plazo. Así comenzó entre nosotros una relación profesional y de amistad que fue intensificándose a través de los años, y sobre todo a partir de 1968, cuando, recién fundado el Club de Roma gracias a la primera reunión de reflexión en la Academia Linccei, logré hacerle venir a Madrid en misión de la OCDE, junto con Alexander King (quien ocupó la presidencia a su muerte), para contribuir al intento de formular una política científica de vanguardia para España.

Luego, a lo largo de años, hemos vivido juntos un vertiginoso peregrinar por todo el mundo, entre estudios y debates sobre los temas globales más diversos con muchos de los más conocidos especialistas y líderes, y en medio de tantos y tantos encuentros con gobernantes de muy diverso signo político: Roma, Salzburgo, México, Ginebra, Washington, Tokio, Kuwait, Helsinki, Moscú, Atenas, Argelia, Berlín o Barcelona Madrid son unas ocas de las ciudanos de nuestros inumerables encuentros, testigos de tantísimos afanes y esfuerzos. Por último, al cabo de quince años sin tregua, llegó la hora de la gran despedida en el corazón de las Américas, a modo de hermoso símbolo de nuestro común amor por la América Latina, a cuyo servicio Aurelio creó ADELA y se esforzó sin límites en Argentina, mientras, por mi parte, desde Colombia y luego desde la OEA y la OEI, traté de servir al desarrollo educativo de esos pueblos generosos. Nuestro último abra zo de admiración y afecto tuvo lugar en Bogotá a finales de 1983, después de reunimos en tomo al tema de Paz y desarrollo de la mano amiga y gracias al aliento universal de Belisario Betancur, el entonces presidente de la República y siempre paladín del Club de Roma. Allí tuvo lugar, en Colombia, en mi segunda patria, esa despedida que fue fusión definitiva de un mismo espíritu, después de visitar aún la víspera el infinito horizonte de los Llanos, que se muestran siempre como una sólida razón para la esperanza, que rebrota de la naturaleza como ofrenda a los hombres aun a pesar de tantas y tan brutales agresiones. Por todo ello quizá lanzó Aurelio desde allí la desafiante propuesta para que algún día -cuanto antes- firmemos un tratado de paz entre los hombres y la naturaleza. Gracias a la vi sión y fidelidad del profesor Umberto Colombo, mi buen amigo y ahora ejemplar ministro, existe desde hace años la Fundación Aurelio Peccei como estandarte tangible e imprescindible para honrar su memoria y para servir como faro referencial desde la capital de Italia, ya que él siempre honró con su pensamiento y con su acción a sus conciudadanos y a la cultura de ese gran país. Por mi parte, y desde hace más de tres años, trato de seguir impulsando la obra que nos legó Aurelio y de incorporar las nuevas dimensiones de nuestro tiempo, después de los seis largos años de la meritoria labor de reafirmación de la misión del Club de Roma que supo asumir Alexander King, el compañero de ilusiones y fatigas de Aurelio desde los Inicios. El mundo está cambiando ahora profunda y hasta radicalmente sin que muchos quieran reconocerlo aún. Ya no se trata tan sólo de los límites materiales de un irresponsable desarrollísmo lineal, consumista y derrochador de recursos que amenaza la biosfera que sustenta la humanidad. Junto con el impacto humano de la explosión demográfica sobre el medio ambiente se suman ahora las tecnologías inamistosas que el hombre ha difundido masivamente, sin consideración para con la naturaleza y sin pensar en las graves consecuencias estructurales que irremediablemente habían de traer para con sus propias expectativas de trabajo futuro.

La peor de las ignorancias, nacida de no querer ver ni oír lo que perturba el egoísmo de cada cual, está permitiendo renacer con fuerza los viejos demonios del espíritu, la envidia, la xenofobia, el racismo, la intolerancia, la corrupción o los nacionalismos exacerbados. La información nos inunda, pero escasea el conocimiento y falta la sabiduría de un liderazgo sin ánimo de lucro y sin avidez, de poder. El Club e Roma es consiente, creo yo, de a magnitud del deafío y sabe más que nadie de la nimiedad de sus propios medios. Pero la tarea no nos arredra y, al contrario, más bien nos crece y anima a redoblar esfuerzos. Por eso, infundidos por el ejemplo quijotesco de Aurelio, hemos ido, año a año, al corazón de todas las grandes regiones del mundo (de Africa, Iberoamérica, Asia y Europa) para presentar los problemas y mostrar las vías de un futuro más esperanzador, aportando nuevos informes independientes sobre los grandes temas que a todos conciernen: La revolución global, Más allá de los límites del crecimiento, La capacidad de gobernar. Los próximos Informes sobre El futuro del trabajo, Los modelos alternativos de desarrollo sostenible, Aprender para el futuro o El diálogo de culturas, sustituto de confrontaciones futuras son algunas muestras adicionales de nuestro continuo empeño.Vamos a seguir intensamente con nuestra acción, escribiendo y debatiendo, comunicándonos con líderes y gentes influyentes en la acción pública y privada. Vamos a seguir tratando de llegar al gran público y, sobre todo, a los jóvenes, sin dejamos afectar por el desaliento, con la inmensa pasión que él puso en ese empeño y del que nos dejó abundante testimonio. Sabemos muy bien, porque tenemos sobradas pruebas diarias de gentes muy sencillas y de otros muy significados en el saber y en el poder, que la llama que Aurelio alumbró sigue viva, muy viva, y que si el Club de Roma no existiera habría que inventarlo de urgencia

es presidente del Club de Roma.

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