Eterna negociación
EL PAQUETE bomba desactivado el otro día en Guipúzcoa ha venido a recordar que ETA no desiste de seguir matando. La víctima elegida esta vez era un industrial que, tras haber sido extorsionado por ETA, anunció su intención de trasladar su empresa fuera del País Vasco. El caso resulta ilustrativo de la lógica de los terroristas: empujan a los empresarios a emigrar para salvar a su empresa de la extorsión permanente, y si lo hacen les castigan por fomentar el desempleo. Coincidiendo con este atentado frustrado, ha vuelto a hablarse de la negociación tras confirmar el titular de Interior, Antoni Asunción, en su conversación reservada con los representantes de los partidos democráticos, que han sido clausuradas las vías de contacto con ETA y su entorno, abiertas durante el mandato de su antecesor.La diferencia entre el terrorista y el bandido está en la pretensión de legitimidad del primero. Es seguro que muchos miembros de ETA están convencidos de actuar por elevados móviles. Esa dimensión subjetiva ha de ser tenida en cuenta. Pero tener en cuenta no significa aceptar que tenga fundamento. En la práctica, ETA es desde hace años una organización cuyo objetivo central es provocar motivos para seguir existiendo.
A ETA no hay que convencerle de que esa negociación es imposible: al condicionar el abandono de las armas a la aceptación de una tal negociación sabe que son escasos los riesgos que corre de tener que abandonarlas. Tal negociación consiste en que el Gobierno español acepte el programa político de ETA y Herri Batasuna a cambio de que la primera deje de matar.
Herri Batasuna ha encargado a una comisión la sustitución de la famosa alternativa KAS -que data de 1976- por otra más acorde con los tiempos. Pero poco importaría que la nueva plataforma resultase menos incongruente si el planteamiento sigue siendo que deberá ser aceptada para que ETA deje de matar. Ningún Gobierno democrático podría aceptar ese planteamiento sin deslegitimarse ante sus propios votantes, ante los demás partidos, ante la comunidad internacional. No lo hará, pues, por propio instinto de supervivencia.
Las dudas que al respecto existieron en el pasado se debieron a que se pensaba que, aunque hablasen de negociación política por motivos de imagen, los dirigentes de ETA estarían seguramente dispuestos a abandonar la violencia a cambio de la negociación de algunas garantías para ellos: posibilidad de regreso escalonado, indultos para los presos, etcétera. Esa perspectiva se reveló ilusa. Los documentos internos difundidos con posterioridad a las conversaciones de Argel demostraron que ETA tuvo dudas sobre la tregua, pero nunca se planteó en serio la posibilidad de abandonar las armas; es decir, de desaparecer.
La negociación es utilizada por ETA como principal bandera de movilización, pero también como elemento de cohesión interna: su inminencia, avalada por los múltiples recados y contactos, es esgrimida como argumento para acallar las críticas. Asunción tenía, por tanto, buenos motivos para romper esa dinámica. Especialmente cuando el otro mensaje transmitido a los partidos por el ministro fue que se habían producido grietas considerables en el entorno de la banda. Y más aún cuando una de esas grietas es la que estos días se ha puesto de relieve entre Herri Batasuna y el colectivo Elkarri (nacido de la entraña del radicalismo abertzale para contrarrestar la influencia de los movimientos pacifistas), con motivo, precisamente, de la convocatoria por ese colectivo de una manifestación, celebrada el sábado pasado en Bilbao bajo el lema de "Distensión y diálogo. Ahora es el inomento". Lo es de dejar de matar; y de marear. Mientras, no hay nada de que hablar.
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