A dedo
En las horas de insomnio, cuando la conciencia anuda materias tan dispares como la contabilidad y el arrepentimiento, me siento culpable de no haber obtenido de mis dedos la rentabilidad que han sacado a los suyos algunos de mis contemporáneos. Es cierto que me han dado placer, y que lo han proporcionado, sobre todo el índice, que es muy despierto. Pero cuando leo en el periódico las cosas que se hacen a dedo y los beneficios económicos que unos dedos bien usados proporcionan a su dueño, siento vergüenza de los míos. Lo malo es que, si se me ocurre maldecirlos, se tornan huéspedes, y es muy desagradable sentir la mano llena de huéspedes a esas horas.La masa de los dedos es inferior al 1% del peso total del organismo; no obstante, en ellos se concentra el 25% de los huesos. Son, pues, verdaderos instrumentos de precisión que no se deberían entregar a cualquiera. La clase obrera sólo sabe utilizarlos para apretar tornillos en las cadenas de montaje y para transformarlos en un puño, como Perogrullo, en los mítines, al tiempo que cantan la Internacional. No saben hacer con la voz otra cosa que cantar la Internacional. La voz, aunque invisible, es un apéndice del cuerpo tan real y útil como el dedo. Con una voz bien usada puedes llenarte la casa de bodegones. Ahí está Carmen Salanueva, por ejemplo, que usando bien el dedo en las adjudicaciones y la voz en el teléfono. se ha hecho de oro. Eso es tener dos dedos de frente.
En las horas de insomnio, cuando me arrepiento de mis dedos, pienso también que el mérito del brazo de santa Teresa no consiste tanto en permanecer fresco fuera del frigorífico como en continuar incorrupto a pesar de tener cinco dedos con los que adjudicó la construcción de más conventos que cuarteles el ex director general de la Guardia Civil.
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