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Frente al mundo

¿Podemos realmente entender lo que ocurre en el mundo, conocer hacia dónde vamos y saber algo del papel que jugamos o podemos jugar en él? ¿Cómo, con qué y con quién romper esta gruesa y pesada cadena de la complejidad, la oscuridad, la mentira y el engaño, y adentrarse con espíritu abierto en el mundo de lo diverso, sin demasiados lastres ni prejuicios? ¿Cómo enfrentarse a los demonios de la insolidaridad, la venganza, el odio, la irrespetuosidad, el egoísmo, el desprecio o la violencia gratuita? ¿Podemos sacar, provecho del sentido común, dándole quizá una traducción política?Preguntas (y respuestas) de este tipo, que están en la mente y en la tertulia de mucha gente inquieta e insatisfecha, no las encontramos, sin embargo, en la inmensa mayoría de los discursos políticos, en los mítines, en los parlamentos o en los medios, satisfechos por regla general con cualquier cosa trivial, unas veces de forma hortera y otras disfrazada de patética modernidad o con el traje del progreso. Además de perdidas, las personas solemos encontrarnos solas, impotentes frente al tamaño de los problemas, la naturaleza de algunas dinámicas destructivas y el monopolio de la imagen y la palabra de parte de los profesionales de lo fácil y ligero. Una sola palabra de cualquier futbolista de moda o artista de fama tiene más posibilidades de ser conocida (y televisada)'que cien discursos o llamadas de socorro de Sadako Ogata sobre los refugiados, de Mayor Zaragoza sobre la interculturalidad, y posas así. Nos lo explican argumentando que estos temas no venden, mientras lo trivial sí, por aquello de que es más digerible. Pero ocurre que es al precio de vendernos a nosotros mismos, individual y colectivamente, a las tinieblas del colapso, a la insensatez de no pensar y preparar el futuro, eso que algunas personas ya dicen que no existe, puesto que sólo entienden de presentes sucesivos.

El mañana, sin embargo . está ahí, todavía moldeable, pero con la musculatura algo rígida de los tirantes, corsés y alguna camisa de fuerza que vamos cosiendo desde nuestra miopía en lo político, lo económico, lo militar, lo ecológico, lo tecnológico o lo cultural. ¿Qué se ha hecho de, la reflexión, el debate, el contraste, la flexibilidad, el riesgo de pensar y plantear alternativas de fondo, la transparencia, el desenmascaramiento, la honradez, la humildad de los planteamientos, el diálogo? ¿Qué medios de comunicación, Gobiernos, Parlamentos y otros colectivos promueven todo eso, día a día, con la palabra, la imagen y el ejemplo? En nuestro país, ¿quién utiliza pedagógica y políticamente el sentido común, o maneja los medios de forma positiva y creadora? Escucho más mensajes de eso en un solo programa de Diálogos 3, de Ramón Trecet, que en muchas otras emisoras durante un año entero, porque, aunque a mucha gente le cueste entenderlo, la música, la búsqueda de la belleza o la dulzura son también instrumentos de transformación social.

Acaba el milenio y temo que no podremos celebrarlo, de vergüenza. Disponemos de los medios, los recursos y los conocimientos suficientes para compartir lo esencial en el planeta: paz, vivienda, educación y alimento. No es, sin embargo, el objetivo primero y esencial de ningún partido, de ningún Gobierno, ni de ninguna huelga general. Eso no es de sentido común, porque niega la posibilidad de futuro y asegura el conflicto y el enfrentamiento.

Cuando en nuestras sociedades falla lo esencial, cuando aumenta la pobreza y no se satisfacen las necesidades básicas de gran parte del planeta (incluido nuestro propio país), cuando la inseguridad se instala en la vida cotidiana, se desprecia a los seres más débiles, cuando la violencia deviene un entretenimiento, o cuando hablamos y hablamos de la competitividad económica que nos falta, sin pensar que si ésta no es compartida por todos los pueblos el crecimiento de unos será a costa del retroceso de otros, y no tomamos las medidas de choque que frenen esa espiral, esa terrible enfermedad, autodestructiva, es que la ceguera se ha adueñado del poder, y la política, no la historia, ha muerto.

¿Nos queda alguna esperanza? Con franqueza, no lo sé. Pero nos queda el deber y la obligación de rectificar y cambiar. Cambiar de políticas (entre otras cosas, para bajar el nivel de nuestras dependencias en cuanto a consumo superfluo), de protagonistas de estas políticas (inundando el país de movimientos sociales e iniciativas ciudadanas, y en especial aprendiendo de las mujeres, que tienen mucho más sentido común que los hombres), de mentalidad (recuperar el espíritu perdido en las fauces de lo material), de costumbres (aprender a apagarla tele, por ejemplo) y de estructuras. Por ahí es por donde se encenderá la luz de la esperanza, al menos en nuestras tierras. En otras más lejanas, quizá porque el sufrimiento y la sencillez es la vida diaria, se lucha y se trabaja en construir el futuro de forma diferente, aunque aquí se ignore y sólo las ONG se interesen por la inmensa creatividad de iniciativas populares del Tercer Mundo, de las que podríamos aprender mucho para solucionar nuestros propios problemas.

Raimón Panikkar decía recientemente, y creo que con razón, que la crisis de que tanto se habla, en realidad no existe. Lo que tenemos delante no es una crisis, sino algo más profundo, un callejón estrecho y sin salida, en donde lo más estúpido es querer ir más aprisa, porque el golpe será mayor Hay que frenar, reconsiderar el camino, aprender del pasado, retomar lo esencial, desprenderse de lo inútil y tomar otra dirección, donde el camino sea más ancho, donde quepamos todos/as, sin excepciones, para dirigirnos con mayor seguridad y confianza hacia ese futuro que algunos se empeñan en ignorar.

Si, como parece, la situación es así de grave, estamos en un momento en el cual lo que se precisa son decisiones de grueso calibre. Huérfanos, quizá afortunadamente, de aquellos personajes políticos que marcaron historia hace unas décadas, parece que habrán de ser otros los actores que alienten ese cambio de rumbo. Puede que haya pasado el momento de los grandes protagonismos individuales, que al fin y al cabo no son más que parches que ocultan la pasividad y la falta de autoconfianza de los ciudadanos, y de las fórmulas organizativas (los partidos) que no son capaces de liberarse de la autocomplacencia y la vanidad. El testigo, y el reto, quizá esté ahora en manos de un colectivo mucho mayor, en gentes responsables y de espíritu sin fronteras, decididas a poner en marcha esa necesaria conspiración universal para el cambio, en donde no valdrán esquemas de derecha-izquierda, sino los apoyos activos entre las personas solidarias que quieren utilizar el sentido común para impulsar la transformación cultural y política que nos permita superar la caótica e impresentable situación actual.

es investigador sobre desarme del Centro Unesco de Cataluña y miembro del CIP.

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