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Psicodrama para un duque

Rafael Medina y tres jóvenes prostitutas serán juzgados hoy, acusados de rapto, corrupción de menores y narcotráfico

Rafael Medina, 52 años, duque de Feria, narcisista, hipocondriaco, pedófilo [obsesión por los niños], cocainómano, obsesionado por el sexo. Sandra Álvarez Bautista, 18 años, hija de un militar americano al que no conoció, prostituta, hija de prostituta, drogadicta, aterrada por el sida. Mercedes Almeida Rodríguez, 25 años, depresiva, toxicómana, prostituta, masoquista. Isabel Saltares Soto, 30 años, heroinómana, agresiva, sádica sexual. Cuatro personajes para un psicodrama preñado de morbo. Jueces, abogados, periodistas, psiquiatras, policías y curiosos estarán al fondo de una representación que hoy, lunes, levanta el telón. Escenario: salón de plenos de la Audiencia de Sevilla."Yo soy líder con luz propia, sin necesidad de ser duque. Tengo algo que no sé que es. He sido líder siempre. Manejo a la gente como quiero. Me gusta que me halaguen. No soy constante en nada. Mi padre era más grande que Dios, pero murió a los 49 años de un linfoma. Mi madre, hipocondríaca, nunca ha sido afectuosa conmigo. Fui criado por un mozo de comedor y la tata de mi madre. Me llevo muy bien con mi hermana. Quiero mucho a mi hermano mayor. Con el menor, las cosas siempre han ido mal".

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"Estudié en el colegio Portaceli y en el San Miguel. A los 12 años me metieron interno en Madrid. Quise ser profesor mercantil, pero nunca acabé la carrera. Hice un master en la London School Economics de Londres. Una vez me fumé un porro con John Lennon, el líder de los Beatles. Hice la mili en Tierra y recuerdo que la época de instrucción en Obejo (Córdoba) fue peor que esto".

Esto es la cárcel donde Rafael Medina Fernández de Córdoba, grande de España, es el preso número 067-21160. Vive desde hace 11 meses en la celda 4 de la enfermería de Sevilla I, una vieja prisión construida en 1932, donde ve pasar el tiempo en compañía de Salvador Fernández Martín, un pirómano de Écija que tiene un mono tatuado en el hombro izquierdo. Éste ocupa ahora el catre dejado por José María Valencia Pina, alias Taras Bulba, un supuesto traficante detenido en la Operación Pitón.

Parchís bajo las palmeras

El duque y Salvador comparten desde hace dos meses el día y la noche, partidas de dominó y parchís, ratos de televisión, rayos de sol bajo las tres palmeras y el níspero del patio carcelario... En la enfermería hay otros 30 colegas, la mayoría ancianos o aquejados de algún mal, que siempre se dirigen al señor duque llamándole de usted. Ahora no tiene ningún trato con los otros 800 presos. Vestido con un chándal de la Expo, les ha contado mil veces a sus compañeros de talego que él es inocente; que le han hecho una encerrona y que las fotos de la niña desnuda a la que dicen que él mandó raptar eran simplemente una prueba para un anuncio de jabón. Pero, claro, en la cárcel todos dicen que son inocentes y que están allí por la cara."Es cierto que tuve un despertar sexual muy temprano. Recuerdo que ya a los ocho años estaba enamorado de una chiquilla. En la adolescencia inicié relaciones con chicas de clases populares porque las de mi status eran muy puritanas. Tuve una novia con la que estuve a punto de casarme, pero la boda se suspendió en el último momento. Me casé en 1977 con Nati Abascal, una mujer que me dio el cariño que no me había dado mi madre. Pero después de tener dos hijos, el matrimonio se disolvió en 1989", confiesa el aristócrata ante el psiquiatra Fernando Heredia Martínez.

Y el duque sigue desnudando su alma: "Me gustan las mujeres, altas, delgadas y de pechos pequeños. No me considero un seductor. Me siento inseguro ante ellas y prefiero que sean ellas las que tomen la iniciativa. Mi éxito con las mujeres está en relación con mis apariciones en la prensa. Quiero mucho a las prostitutas porque me parecen seres muy maltratados por la vida".

Que se lo pregunten a Sandra Álvarez, la chica que presuntamente raptó aquel maldito 4 de marzo pasado a la pequeña Ana María porque el duque quería hacerle unas fotos desnuda. Sandra interviene en el psicodrama: "Nací en El Puerto de Santa María (Cádiz). Mi padre, al que no conocí, era un militar americano de la base de Rota. Mi madre, a la que quise mucho, murió hace ocho años de un cáncer de ovario, Era una mujer de un coraje increíble, que luchó mucho por sacar adelante a sus seis hijos". Quizá eso explique el tatuaje que Sandra luce orgullosa en uno de sus brazos: "Amor de madre".

Arrastró su infancia por el colegio San Fernando, por el de las monjas de la Doctrina Cristiana, por el internado de las Adoratrices de la avenida de la Palmera... hasta que hace un par de años empezó a gastar su vida entre casas en ruina y par ques públicos. Y comenzó a alquilar su cuerpo para pagar las 12.000 pesetas que diariamente se mete en las venas en forma de heroína.

Hace ahora un año, cuando Sandra hacía la calle junto al hotel Los Lebreros, conoció al duque de Feria. Él la invitó a su apartamento de la plaza de López Pintado, donde consumió cocaína y luego posó desnuda. "Es un hombre raro, peculiar, pintoresco", dijo ella para definir al aristócrata a petición del psiquiatra. Y éste, un tanto escandalizado, apuntó en su informe: "El relato de las aventuras eróticas entre Sandra y Rafael sería un best seller de la colección La Sonrisa Vertical".

La mulata Isabel Saltares tiene en común con Sandra el ser también hija de un militar norteamericano y haber sido abandonada muy pronto, teniendo que ser criada por su abuela materna. Consume porros desde los 15 años y heroína desde los 25. Estudió para auxiliar de enfermería, pero acabó en la prostitución. La fiscal María Dolores Villalonga Serrano la acusa de haber raptado a su sobrina Ana María el 24 de febrero de 1993 para que el duque pudiera fotografiarla desnuda.

"Me gusta leer novelas de misterio y escribir cuentos para mi hija. Cuando era pequeña, yo tenía miedo a la oscuridad y me meé en la cama hasta los 12 años.

"Me dan pánico las inyecciones. Yo suelo ser confiada y por eso debo estar siempre alerta", declara Isabel. "No tiene necesidad del otro sino para someterlo, explotarlo y degradarlo. Se le puede definir como una sádica sexual", dictaminó el perito psiquiatra tras conversar con esta mujer que tiene tatuado en caracteres árabes el nombre de su marido, Abdelouahed Ibn Ayoub, y un punto en la frente.Mercedes Almeida, natural de Elda (Alicante), al igual que sus compañeras de banquillo, tampoco conoció a su padre. Pasó la infancia con un matrimonio cincuentón de Madrid que quiso adoptarla. Pero su madre siempre se negó. Estudió graduado social y taquimecanografía. Empezó con la heroína a los 19 años y dos años después con la cocaína. Estuvo en tratamiento de desintoxicación y hace un año estaba en lista de espera para ingresar en un centro del Proyecto Hombre.

"Al señor duque le gusta humillar agente y siente placer con el daño ajeno. Yo creo que soy masoquista. Una vez me dijo que se vestía de nujer para darse asco a sí mismo. Creo que él estaba destrozado desde que fue abandonado por su mujer. El señor duque era como mi padre. Nunca hicimos el amor. Se limitaba a masturbarse a diario viéndome desnuda", le confió Mercedes al psiquiatra. Y éste dictaminó en su informe que la joven sufre neurosis depresiva y que su conducta sexual estriba en la búsqueda del binomio placer/dolor.

Mercedes Almeida recuerda como si fuera hoy aquel 14 de diciembre de 1983 en que fue violada por su padrastro. Ella tenía entonces 13 años. Desde que se instaló a principios de 1993 como secretaria de Rafael Medina, el duque le había escupido y azotado con una correa en más de una ocasión. Y muchas veces le había pedido que le buscara niñas para "desnudarlas, maquillarlas, bañarlas y fotografiarlas". Pero sólo en el caso de la pequeña Ana María había accedido a los deseos del señor duque. Mercedes siempre le llama así -"señor duque"- cuando se refiere a Rafael Medina. Y él siempre se dirige a ella por el apelativo de Cara de pena.

He aquí a los cuatro protagonistas del psicodrama, sentados en el banquillo de los acusados. Frente a ellos, tres hombres encargados de impartir justicia: Antonio Gil Merino, Javier González Fernández y Julián Moreno Retamino, magistrados de talante progresista, con fama de rigurosos y escrupulosos con los derechos humanos. Como integrantes de la asociación Jueces para la Democracia apoyaron un recurso de inconstitucionalidad contra la patada en la puerta amparada por la ley Corcuera.

A un lado de los estrados, la fiscal Villalonga, hija de un juez sevillano, encargada de probar las acusaciones contra los reos junto con el abogado madrileño José Ramón García Baladía, acusador particular en nombre de la familia de la niña presuntamente raptada. En el otro lado de los estrados, los defensores de los encausados: el conocido penalista Francisco Baena Bocanegra, para el duque; Patricia Martínez Conradi, hija de un coronel de Aviación, para la joven Sandra Álvarez; Antonio Latorre Padilla, para Isabel Saltares, y Esteban Cavero, para Mercedes Almeida. Y como figurantes del drama: policías, psiquiatras y prostitutas. Testigos de primera fila: medio centenar de periodistas.

Hoy, lunes, será la décima vez que Medina vuelva a pisar las calles de Sevilla desde que fuera encarcelado el 6 de marzo del año pasado, acusado de dos delitos de rapto,, dos de corrupción de menores y un delito contra la salud pública. Durante estos 11 meses ha salido de la vieja cárcel de Ranilla en nueve ocasiones para prestar declaración ante el juez y una para ir al médico.

"Rafael ha sido víctima de una encerrona", coinciden sus amigos, los mismos que tantas veces fueron testigos de su turbulenta vida nocturna, eufórica de droga, empapada en alcohol y cuajada de mujeres. "Él no tocaba a las niñas. Lo que ocurre es que es muy aficionado a la fotografía artística, y por eso hacía fotos de chicas desnudas", le defienden todos con argumentos que se repiten hasta la saciedad. Sin embargo, las 28 placas polaroid existentes en el sumario, donde aparecen Sandra Álvarez y la pequeña Ana María, no tienen grandes cualidades plásticas.

"El duque es un interno normal, sin ningún tipo de privilegio", afirman los funcionarios de la prisión. "Estos últimos días ha estado más nervioso, posible mente por la proximidad del juicio, pero no ha ocasionado ningún incidente", agregan. Durante estos meses, sólo una vez hubo un problema: cuando otro preso le puso un ojo a la funerala con la intención de bajarle los humos. Y, al parecer, surtió efecto. "Fue el puñetazo mejor dado que he visto en mi vida", confía un ex recluso con cierta sorna.

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