_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las nubes

Como nos recordó Pedro Laín en su memorable curso sobre el cuerpo humano, dos versos de Ovidio declaraban que el opifex rerum, o artífice y demiurgo de todas las cosas, "dio al hombre rostro elevado y le ordenó mirar al cielo y levantar la cara atenta hacia los astros". Desde siempre, esta contemplación del cielo y de sus objetos y habitantes, facilitada por la posición erecta del hombre, ha sido la gran expectación de los seres humanos, buscando los augures en aquéllos las señales del destino , y los campesinos, guiados por las fases de la Luna, los mejores momentos para sembrar y recolectar sus cultivos. En el cielo colocan todas las religiones a sus dioses, y en el cielo han tenido los poetas su fuente de inspiración, explotadores literarios como son de la Luna y las estrellas, cuyo robo para sus poemas, decía Ramón Gómez de la Serna, "sólo se descubrirá al fin del mundo". Los astrónomos, pacientes observadores del universo, tienen en los confines celestes su apasionante tarea escudriñadora, desde el formidable Tycho Brahe, que hacia sus mediciones a simple vista, y a simple vista descubrió la primera nova stella explosionante, hasta los actuales astrofísicos, con su tecnología asombrosa, los cuales -según explicaba hace unos días el profesor Cayetano López en un modélico artículo periodístico- parecen cada vez más convencidos, humildemente, "de que todos los cuerpos celestes que vemos y nos maravillan no suponen más que una porción insignificante de toda la materia presente en el cosmos". También son transeúntes del cielo los pájaros y las aves, en particular las migratorias, que van dibujando con sus vuelos una geografía aérea llena de signos y mensajes para los entendidos. Y hoy día, los objetos volantes no identificados, los ovnis, nos traen la ilusión y el temor de que existan otras civilizaciones en algún rincón del orbe.Para mí, son las nubes uno de los objetos celestes más entrañables y misteriosos, y me detengo muchas veces a admirar sus colores y sus formas, tan variadas y variables, tan expresivas y sugerentes. Hay gentes, de muy diversa condición, aficionadas a las nubes, a convivir con ellas, a entender sus avisos, sus promesas y amenazas. Goethe, por ejemplo, fue un enamorado de ellas. "Soplaba un airecillo muy grato, casi estival", contaba Eckermann de uno de sus paseos cotidianos con Goethe por los alrededores de Weimar, "y del suroeste venía un viento suave. Resbalaban por el diáfano cielo algunas leves nubes de tormenta y, allá en lo alto, flotaban deshaciéndose algunos cirros. Observamos con atención y notamos que también las nubes bajas se desvanecían... Esto dio pie a Goethe para hablar largamente sobre el ascenso y descenso del barómetro, a lo que llamaba afirmación y negación del agua...".

Son asimismo las nubes personajes frecuentes en los relatos de los novelistas. Forster -siguiendo la tradición de Shakespeare- describe a menudo el ambiente y el tiempo: "La casa estaba silenciosa y la niebla se agolpaba contra las ventanas como un fantasma exiliado". O Cela, en Esas nubes que pasan, dice que Ias nubes pasan sobre la ciudad altivas -a ve ces- como orgullosos caballeros enamorados; grises y taciturnas -en ocasiones- como abrumadores mendigos caminantes... Y también Llamazares -por citar dos grandes escritores españoles de distintas generaciones-, que las utiliza en sentido metafórico al decir en Luna de lobos: "A las ocho, alta ya la nube azul de la mañana...", o "en la cumbre del puerto de Láncara, hacia las fuentes del arroyo Nogares, el rebaño de las merinas es una nube de lana tendida al sol". Pero ambos han podido hacer intervenir a las nubes en su pro sa porque han podido vivir o patear el campo, en la claridad del día o cuando las tinieblas han apretado los clavos de la noche. Al hombre de la ciudad, en cambio, al habitante de estas urbes monstruosas donde se va albergando más de la mitad de la humanidad, no le es fácil ver el cielo, salvo por el resquicio que dejan sus altos edificios. Las ciudades, para ser humanas, han de dejar ver desde cualquiera de sus rincones, compañeras, la montaña o la arboleda, como sucede con Oviedo o Gerona, por ejemplo. Las nubes -explican los expertos en climas- no faltan en otros planetas, como en Venus, donde cubren la totalidad de su superficie, pero es en la Tierra, al no cubrirla del todo, donde tienen un papel importante y variable. Si por un lado reflejan en parte la luz solar -su albedo- y favorecen con ello el enfriamiento de nuestro planeta, por otro dificultan que escape hacia la atmósfera el infrarrojo emitido por las superficies más cálidas, contribuyendo así a su calentamiento. Uno u otro efecto predomina según el tipo de nube: cúmulos, cirros, estratos o las bardas, esas nubes oscuras que coronan las cimas lejanas del horizonte.

Esta presencia, a veces amable, a veces trágica, que tienen las nubes en la vida cotidiana se refleja en la expresión popular de ciertas situaciones personales como estar en las nubes o poner (a alguien) por las nubes. E igualmente en creaciones poéticas o de fantasía. Góngora las definía, con una imagen bien moderna, como "los anales diáfanos del viento". Y Clark, en uno de sus relatos de ciencia ficción, imaginó a las nubes como seres vivos, bastante malhumorados, que dirimían sus enconos empleando sus rayos y sus truenos. Quizá anduvieran por allí los daimon o demonios socráticos, que eran -en palabras de Antonio Tovar- Ios seres vivos correspondientes al aire, más ligeros que las densas nubes y formados de aire purísimo y, por consiguiente, invisibles a los hombres, pues nada ofrecen en que pueda detenerse la vista humana".

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero las nubes más famosas son las que forman el coro de la comedia que hizo Aristófanes con ese nombre, escrita por el dramaturgo griego para clavar a su contemporáneo Sócrates el acero del sarcasmo y la calumnia. "Nubes imperecederas, alcémonos (...) desde nuestro padre Océano de profundo estruendo hasta las cimas de los altísimos montes (...). Sacudamos de nuestra forma inmortal la lluviosa niebla y contemplemos, con mirada que mucho abarca, la Tierra...". (Traducción de Elsa García Novo).

La ciencia ha venido ocupándose de los fenómenos frecuentes que responden a un orden. Ahora está descubriendo los fenómenos desordenados, como las turbulencias de las olas del mar y de las nubes del cielo. Es la nueva ciencia del caos que viene a aclarar tantas cosas inexplicadas. Recomiendo a los entusiastas de la actualidad que lean el reportaje que hizo sobre esta nueva región de la ciencia James Gleick, un periodista científico de The New York Times, y del que hay una edición española con el título Caos. Habla de Feigenbaum, el gran creador de esta ciencia del desorden y del azar, cuyas ideas nacieron viendo las nubes tormentosas en los alrededores de Los Álamos, que "convertían la bóveda celeste en un espectáculo que parecía un reproche sutil a los físicos".

Gabriel Jackson es historiador

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_