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Antonio Martín tomó la última salida

Carlos Arribas

Fue como cualquier salida de etapa, pero no dominaban los colores chillones de maillots, furgonetas y pancartas. El entierro de Antonio Martín convocó en la pequeña plaza de la iglesia de su pueblo, Torrelaguna (Madrid), a todo el mundillo del ciclismo, así como a varios miles de personas. El circo, que dicen ellos, que va de pueblo en pueblo ofreciendo emoción y alegría, llegó ayer a una localidad de la sierra pobre de Madrid, bajo un cielo brillante y alegre, en silencio. Antonio Martín, el ciclista español con más futuro, había muerto 24 horas antes a los 23 años.

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Al entierro no faltó nadie de los habituales. Ciclistas, aficionados, dirigentes de la Federación -con su presidente, Juan Serra, al frente- y el director general e Deportes, Manuel Fonseca. El ambiente de las carreras se mezcló con el dolor íntimo de los deudos. Todos, unidos por el sentido miserable y egoísta que se le da a la muerte. Sólo faltaban las voces, los chillidos, y los aItavoces y los niños pidiendo autógrafos. Y las bicicletas.Toda la noche y toda la mañana la iglesia de Torrelaguna fue un peregrinar de personas. Junto al altar mayor del templo gótico isabelino, el féretro del ciclista muerto permanentemente rodeado por sus padres y tíos llorando casi siempre, y estallando en sollozos cuando alguien se acercaba a dar el pésame. La madre de Antonio, Carmen, estaba como ausente, no paraba de hablar como si ella fuera Anonio Martín dando las respuestas que él daría. Gema, la novia con la que Antonio salía desde hacía nueve años, vagaba como aIma en pena,del féretro a una pequeña recamara, mantenida caliente con estufas de butano, al lado del altar. Un médico le había dado sedantes para que se durmiera y olvidara durante unas horas. Pero ella se aferraba los recuerdos y se negaba a rendirse. Buscaba consuelo en cualquier hombro.

A las cinco de la tarde estaba dada la hora del funeral. El párroco del pueblo, Juanjo, un hombre cercano a los 50, se preparaba para el rito. Una hora antes la iglesia ya estaba llena. Y cuando a las 16.30 las campanas entonaron por primera vez el toque mortuorio ni un alfiler cabía a en la plaza.

El equipo Banesto, el conjunto en el que Antonio Martín sólo había podido correr tres etapas de la Vuelta a Mallorca, llegó poco antes de las 16.20. Una parte había estado compitiendo en la costa azul francesa, y aunque los corredores no salieron ayer a disputar la etapa, tampoco pudieron llegar a Torrelaguna. Su director, José Luis López Cerrón, sin embargo, había agarrado el coche por la mañana y con José Miguel Echávarri, el primer director, al que la noticia de la muerte de Antonio Martín le había pillado en Venecia (Italia), se había presentado en Madrid a la hora de comer.

Otra parte de conjunto estaba disputando la Vuelta a Andalucía. Todos, corredores, mecánicos, masajistas, médicos y directores, formaron una caravana por carretera desde Granada. En un hotel de Torrejón de Ardoz (Madrid) se juntaron con López Cerrón y Echávarri, y después de comer bajaron hasta Torrelaguna.

Cuando llegaron a la plaza de la iglesia de Torrelaguna, pudieron presenciar una magnífica demostración: un par de policías municipales, silbato en la boca, empezaban a poner orden en el maremagnum de coches fúnebres, uno para el féretro y el resto, una media docena, para las innumerables coronas de flores que habían ido llegando durante todo el día.

Al cortejo del Banesto le abrieron un pasillo y le llevaron a los bancos reservados para todos ellos en la iglesia. Los aficionados se acercaron para verles de cerca, para admirar el porte de Miguel Induráin, de José Luis de Santos, de Julián Gorospe y compañía. Nadie pidió un autógrafo. Sólo un aficionado de la localidad asturiana de Pola de Lena enseñaba su carné de identidad a los periodistas para que certificaran que él había ido allí, había estado en el entierro de Antonio Martín.

Y poco después, poco antes de las seis de la tarde, todos se descubrieron en silencio, bajaron la mirada y se dispusieron a seguir la procesión fúnebre. Los bares cerraron sus puertas, apagaron luces y máquinas tragaperras a su paso. Antonio Martín iba a reposar eternamente en el cementerio de Torrelaguna, no muy lejos de donde hace diez años fue enterrado el boxeador Paulino Uzcudun.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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