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La 'fama' de Nirvana no llega a la Gran Vía

Los precursores de la estética basura pasan inadvertidos un día antes de su concierto

Joseba Elola

Nirvana eligió la carretera. Pasaron la noche del domingo a bordo de un Mercedes que les llevó desde Lisboa a Madrid. El viaje no les cansó. Allá por donde van, salen de copas. "No recordamos dónde fuimos la última vez que estuvimos aquí, así que nos lo debimos pasar muy bien", dicen. "La vida nocturna es igual en todas partes: cigarrillos, alcohol y mierda", puntualiza Krist Novoselic, el bajista de origen croata del grupo. Esta noche, los caballeros de Seattle arrasarán los tímpanos de sus seguidores en el Pabellón Deportivo del Real Madrid.

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Nirvana llenará, con toda seguridad: 3.500 entradas de un total de 4.500 ya se han vendido. Pero, pese a la expectación que suscita el concierto, ellos no levantaron grandes pasiones a su paso por la ciudad. Llegaron al mediodía. Sus botas pisaron de incógnito las lujosas alfombras de uno de los hoteles más caros de la capital, en las antípodas de la estética basura (grunge) que representan. En el hotel ningún botones, recepcionista o señora de la limpieza sabía nada del grupo que pasará a la historia por haber convertido a Seattle en la factoría del grunge.

Los tres componentes de la banda llegaron acompañados de sus respectivas esposas. La jornada del bajista fue la de un hombre en busca de un transformador. Sin él no podía escuchar música en la habitación del hotel. Y no lo encontró. Visto el éxito de su inútil rastreo, el grupo salió en busca del algo para comer. "Nos hemos estado tomando unas tapas en un bar", dijo Alex, mánager de la banda al ser abordado en una cafetería de la Gran Vía. Nadie parecía reparar en estas estrellas del rock. Pescaditos y algo de ensalada es lo que comieron. Nada excesivamente castizo.

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A las seis de la tarde les tocaba entrevista. Con un cuarto de hora de adelanto sobre la hora prevista, el bajista Krist Novoselic y el batería Dave Grohl llegaron a los estudios de la Cadena 40. Kurt Cobain, líder del grupo, fue el gran ausente. No es amigo de campañas de promoción. En la calle, ni un solo seguidor al acecho. En la cadena y durante el cuarto de hora de espera se les preguntó si querían algo de beber. "Un Chivas", dijo el bajista. "Aquí no servimos alcohol", le contestó la coordinadora de la cadena. "Oh, fuck" ("joder") fue el comentario de Novoselic antes de salir junto a su mánager del edificio en busca de un bar.

Novoselic chapurrea unas palabras de español. Como botón de muestra, este hombre, de más de dos metros de altura, dice, cuidando al máximo su pronunciación: "Cucharita". Y aclara: "Aprendí con un mexicano que trabajaba de pintor de brocha gorda en Phoenix, Arizona. Yo tenía cinco años y él era uno de estos que cruzan la frontera y trabajan ilegalmente". Su aspecto ayer distaba bastante del que se le presupone al bajista de un grupo pospunki: chaqueta de cuadros, camisa amarilla con rayas color marrón, vaquero verde oliva y zapatos a juego.

Katya, Kira, Karim y Víctor fueron los únicos jóvenes grunge madrileños que acudieron a la sede de la Cadena 40 en busca de un autógrafo. Nirvana no son un grupo de fans. No son como New K¡ds On The Block, la banda que consiguió colapsar hace dos semanas la Gran Vía con chicas al borde del desmayo. "La música grunge ha cambiado mi vida", aseguraba Víctor, uno de los cuatro admiradores que se acercaron a la Gran Vía. "Ahora no quiero vivir con mis padres y ya no cuido mi aspecto", añadió el estudiante de 15 años.

El grupo tiene sus incondicionales y Madrid comenzó a calentar motores el viernes con una fiesta. Andrés Aberasturi (hijo) les dio la bienvenida. El vástago del periodista organizó la fiesta como relaciones públicas de la discoteca Ké-Disparate. "Vinieron las típicas locas que van detrás del grupo. También había muchas pijas a las que les gusta esta música", dijo.

Nirvana. Pabellón del Real Madrid, 22.00. Entradas: 3.000 pesetas.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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