_
_
_
_
_
Reportaje:

Gaztetxe, república juvenil

Viaje a la escuela de Villaverde que 'okupan' tribus opuestas pero amigas

Ana Alfageme

La idea de la okupación surgió dentro de tres cabezas rapadas y una pelambrera amarilla. Cuatro amigos del barrio de Villaverde de muchos años que un día se fijaron en un edificio imponente, en tiempos instituto de formación profesional, habitado por jeringuillas, papel de plata y una cuarta de polvo. El 6 de mayo tomaron posesión y la voz corrió por el barrio. Y ahora en la Casa o el Gaztetxe (término aplicado en vascuence a los edificios okupados; literalmente, casa de la juventud en euskera) suenan a la vez Negu Gorriak, bakalao y Judas Priest. Allí conviven ya heavis, punks, satánicos, rapados de izquierda y patinadores amantes del bakalao.

En los pasillos cuajados de grafitos -"el Papa ha venido a verte, escóndete", por ejemploun par de rapados se puede cruzar con un chaval con cresta y espetarle:

- Guarro, costra, que ere un costra.

Y el otro:

- Calvos, hijoputas.

De la conversación quedan tres sonrisas, que dan una idea de lo que se cuece allí. Nada une a los 100 jóvenes -apenas superan los 20 años- que por allí circulan. Hay jardineros o guardias jurados en paro, estudiantes de graduado escolar un poco talluditos y rebeldes que se ganan talego y medio (1.500 pesetas) al día por repartir propaganda; hijos de funcionarios, de chatarreros o de tenderos ahogados por la crisis. El buen rollo se nota:

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

- ¡Satánicoooos! Muchas gracias, satánicos, sois la polla, cuando llegásteis a comisaría nos soltaron.

Desde la ventana grita un rapado a una chica que corta leña con otro en el patio. Una delegación de chavales de la casa acudió esta semana a comisaría para defender a 10 compañeros detenidos tras una pelea con una pareja a la que ellos acusaban de pasar droga (veáse El País Madrid del martes). Entre ellos figuraban los satánicos, aficicinados a dibujar estrellas al revés y el sonido duro de grupos como Judas Priest.

Los socios fundadores de Gaztetxe son Calavera, Ruso y Zapata, calvos donde los haya, y su inseparable Smith, un punki rubio contristes ojos azules. Ellos han elegido sus apodos. Después del trago de comisaría son desconfiados. Los tres primeros impresionan con sus cazadoras verdes bomber, el pelo incipiente en la cabeza y las botas militares clavándose en las aceras. A simple vista, son rapados nazis. Aplicando la lupa, se ven banderas soviéticas adornando su cazadora. Son red skins (rapados rojos, de izquierda). Ya hace años han probado los puños de los fascistas y se han dado alguna vuelta por comisaría.

Smith, el rubio oxigenado, camina el invierno con sus amigos rapados sobre unas viejas zapatillas de tela, y es que no se permite llevar encima ni cueros, ni pieles ni nada de eso, porque está por la liberación animal. Él es un punki vegetariano que ha teñido su pelo de media docena de colores. Quiere ser diferente a los demás, le dice a su madre. "Somos esclavos de la sociedad, / obedecemos sus normas para ser ciudadano ejemplar", canta Smith en un grupo hard-core-punk del que es solista y letrista, y que se llama, en honor a Mortadelo y Filemón, Doctor Bacterio.

La pandilla se completa con dos hermanas, las hermanas Amor, chicas de pelo largo, vaqueros y horas de instituto. Una de ellas es la chavala de Zapata.

La prueba del algodón

La panda de los calvos rojos -con Smith, el punki, incluido- tomó posesión del ala de la escuela que acogía las aulas. En una de ellas, muy grande, han pasado su primera Nochevieja y han ido instalando sus tesoros. Un Lenin en rojo, panfletos antifascistas, filas enteras de litronas, una estufa de leña, colchones apilados y muchas pintadas, por ejemplo: "La prueba del algodón no falla", junto a dos perfiles de rapados: uno es un red skin, para ellos el auténtico, y el otro es el nazi o bonehead (gabeza vacía) -nadie en la Casa pertenece a esa tribu fascista-, al que dedican panfletos así: "Yo saber, leer es muy cansado, pensar ser aún más cansado que gritar 'negro de mierda' o 'sucio judío'. (...) A mí no importa nada si tú afeitar cráneo o llevar botas militares. (...) A mí importar que tú respetar a ti mismo, tu cerebro y tu dignidad, así tal vez tú aprender también a respetar a otras personas".-¿Vosotros sois violentos?

-Sólo usamos la violencia en defensa propia.

-Somos comunistas-anarquistas.

-Pero nadie de esta casa está afiliado a ningún partido político -comenta otro a la luz de las velas.

Los de enfrente

En la otra ala, donde antes hubo viviendas, está Alaska, una muchacha de pelo negro teñido, dueña de un inquieto cachorro. "Pensé", dice ahora, "que la Casa debería ser un local social". Sus amigos y ella, considerados heavies, tienen dos pisos en este a a n los otros están los heavies de Villaverde, de Orcasitas, los punkis... Una y otra ala se comunican por un patio con tres árboles que un okupa jardinero se encargó de podar.Los que más desentonan son los bakalaeros-rollers (patinadores y amantes del bakalao), chavales con vaquero de marca, que en dyc con cocacola, barren la alfombra que se trajeron de casa y decoran con ramilletes de verde y cartelones con anuncios de perfume. Son los vecinos del bajo izquierda.

"Esto es como mi casa, da buti, es un sitio ordenado, guai", se desmarca un chico de camisa y vaqueros, empuñando el escobón. Sus dos amigos están en paro, pero él trabaja a la vez de frutero y de camarero y recalca: "Yo soy una persona decente".

Con los meses, las habitaciones se han ido vistiendo de los vivos colores de grafiteros amigos, de ídolos musicales y muebles de la basura. El agua se acarrea desde la fuente y con la luz cada uno se apaña como puede. A veces se quedan a dormir. El cuarto de Small, uno de los calvos, es de las más ordenadas. A veces la gente se queda a dormir.

- ¡Si al final nos van a cerrar esto y será por los yonquis, colega! -exclama Small.

- Sí -responde Fonta, uno de los satánicos.

-Son unos cobardes.

Si hay algo que despierta pasiones en la Casa es el tema de la droga. El caballo se pasea por Villaverde como un elefante en una cacharrería, y si no que se lo digan, a los dos chavales que conversan. Small, un skin de 20 años, dice que lleva tres sin fumar heroína. Muestra el furor de los conversos: "Vamos, es que veo el papel de plata y vornito". A Fonta, con 26, le viene bien pasar las tardes allí y cortar leña. Lleva cuatro meses limpio, y cuenta:

-Colega, me acuerdo un día, cuando me ponía, que vine aquí y me estaba fumando un chino. Llegó uno y me dijo, aquí no te pones, colega, y yo cogí el papel y me fui, tranquilo, sin dar problemas.

Las pintadas machacan: "La única heroína, Agustina de Aragón". Por la heroína comenzaron las disensiones y siguió una gresca que tuvo consecuencias: 10 de los muchachos acabaron en comisaría, entró la policía a registrar y a llevarse la pancarta del fútbol alguno es del Rayo Vallecano-, el hacha de la leña, barras de hierro y un bate de béisbol:

-A ver -dice Small-, las chicas están durmiendo solas y necesitan defenderse, aquí han entrado y han prendido fuego.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_