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La Francia laica

Francia es un país donde el laicismo levanta más pasiones que la República, y ésta más que la clase obrera. También es por naturaleza un país donde la derecha ha sido más clerical y monárquica que capitalista. Se creía desaparecida esta pasión por la cuestión escolar, un terreno privilegiado para el enfrentamiento entre católicos y laicos. Pero el fracaso de la izquierda y la derecha frente al paro ha hecho disminuir el interés por los enfrentamientos sobre los programas económicos y sociales; las luchas políticas propiamente dichas no interesan a nadie y los partidos tienen una imagen casi tan negativa como los sindicatos. La tormenta escolar ha estallado en este vacío social y político. Tal vez la derecha, decepcionada al ver que Édouard Balladur mantiene una política proeuropea ortodoxa, ha querido manifestarse imponiendo una ley a favor de la escuela privada, igual que recibió con agrado las medidas represivas de Charles Pasqua -más simbólicas que reales- contra los inmigrantes. En todo caso, el "pueblo de izquierdas", que no tiene ya consignas sociales ni políticas, ha reaccionado con una fuerza imprevista, inmensa, ante el proyecto de ley que permitía a las acaldías financiar ilimitadamente las inversiones inmobiliarias y las reparaciones de los colegios privados.La manifestación del día 16, por ser masiva y porque en ella hubo una fuerte presencia del oeste de Francia -supuestamente católico-, ha hecho resurgir un anticlericalismo que se creía desaparecido, y sobre todo ha reactivado el lema "los fondos públicos a la escuela pública, los fondos privados a la escuela privada", que nos traslada a la guerra escolar anterior a la ley Debré de 19591 ley que organizó la "asociación" de las escuelas católicas o privadas al servicio público de la enseñanza nacional. Pero eso no es lo esencial.

La manifestación ha cerrado el paso a una solución errónea, la seudoigualdad de ambas escuelas. Ha obligado a buscar nuevas formas de combinar la unidad republicana y la diversidad cultural en la escuela, porque la solución prevista por el proyecto de ley Bayrou es imposible. Dar la misma financiación a ambas escuelas acaba favoreciendo a la escuela privada, que recibe una financiación privada complementaria, con respecto a la escuela pública, que está obligada a responder a todas las demandas y que se ocupa de la gran mayoría de los niños que están en una situación social o cultural difícil, sobre todo en la periferia de las grandes ciudades, donde muchas familias, tanto de inmigrantes como de franceses de origen, sufren las consecuencias del paro y de la crisis urbana.

Sería absurdo imponer una escuela única en Francia. La manifestación masiva de 1984 a favor de la escuela privada demostró la fuerza de unos focos de resistencia que contribuyeron en gran medida a la victoria de la derecha en 1986; pero sería igualmente absurdo dejarse arrastrar hacia un sistema a la americana en el que sólo las escuelas privadas tienen un buen nivel, lo que refuerza la desigualdad de partida de las oportunidades entre ricos y pobres. Hay que afirmar, en Francia y en otros lugares, la unidad de una escuela que descansa en la libertad de conciencia individual y en la adhesión al pensamiento científico.Pero esta unidad tendría tantos efectos negativos como positivos si no permitiera un respeto cada vez mayor por la diversidad cultural que se impone en un mundo surcado por migraciones e intercambios culturales igualmente masivos. La escuela a la francesa ha separado la instrucción de la educación, igual que la vida pública de la vida privada. Esa separación ya no es aceptable, porque sabemos que favorece a una élite dominante, a los hombres, dueños de la vida pública, frente a las mujeres, encerradas durante mucho tiempo en la vida privada; a la burguesía o a las clases medias, supuestamente instruidas y razonables, frente a un "pueblo" considerado esclavo de sus necesidades y sus pasiones. El desarrollo de la escuela privada introdujo un cierto pluralismo; sobre todo, ofreció una segunda oportunidad para los alumnos con dificultades que provienen de las clases medias. Por eso un 30% de los profesores de la enseñanza pública ha llevado en algún momento a sus hijos a un colegio privado. Pero hace falta que en la escuela pública y en la escuela privada se trate de combinar mejor la diversidad de los métodos pedagógicos y el reconocimiento del pluralismo cultural que vivimos de hecho con la unidad del conocimiento y de las reglas de funcionamiento de la institución escolar.

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¿Se puede esperar que, después de dos crisis en diez años, en 1984 y 1994, las falsas soluciones queden descartadas y la escuela francesá inicie el camino de su renovación? Es necesario también preguntarse por las repercusiones que en la situación política tendrá este auténtico levantamiento popular. Nos ha sorprendido durante días el desfase entre este movimiento surgido de abajo, es decir, de la masa de los profesores y de los padres de alumnos, y la izquierda política, es decir, el partido socialista y los ecologistas, todavía indecisos sobre sus orientaciones y condenados a seguir, más que a preceder y orientar, al movimiento popular. Y no es seguro que en las próximas elecciones locales y posteriormente en las elecciones europeas esta izquierda sea capaz de recoger los frutos de la victoria de la manifestación. Pero es el comienzo de un proceso, que será desde luego largo y difícil, de aproximación entre el partido socialista, o la izquierda en general, y la opinión pública. Dentro de unos días se celebrará el congreso de la transformación social, convocado por iniciativa del partido socialista y que, a pesar de su nombre, se presenta como un foro de negociación entre fuerzas o corrientes políticas, y no se ha dirigido a las 'tuerzas vivas", asociaciones, agentes sociales o intelectuales. Es imposible que no se vean profundamente transformados por los acontecimientos recientes. La izquierda había perdido a su sociedad en la tormenta económica; ahora la sociedad le hace un gesto, hace oír su voz. Por lo menos, la izquierda sabe ahora,por qué lado ir y con quién entrar en conversaciones. La manifestación del 16 de enero no estuvo dirigida contra el primer ministro, pero éste debe su excepcional popularidad al cansancio general de una vida política que los franceses rechazan casi con tanta fuerza como los italianos. La manifestación marca el final de una época que ha durado casi un año; ahora es necesario que el primer ministro aporte resultados económicos positivos para que la opinión pública, que se ha despertado por un tema de izquierdas, no se vuelva contra él.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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