A Garzón
Apenas hay asesinos. La gente mata muy poco. Ser criminal requiere un esfuerzo arduo que no todos son capaces de realizar. Por otra parte, la mayoría de los ladrones tiene la costumbre de vivir fuera de la cárcel. Todos juntos, asesinos, atracadores, violadores y rateros, llenan las páginas de sucesos en los periódicos, pero sólo ocupan una pequeña galería en cualquier prisión. No obstante, las cárceles están abarrotadas de gente y esta merced se debe únicamente al narcotráfico. Casi, el 90% de los reclusos está relacionado con la droga. Si ésta se despenalizara habría que convertir forzosamente las cárceles en invernaderos de tulipanes, en aparcamientos de coches, en museos de arte abstracto. El negocio de la droga interesa no sólo a los traficantes, sino también al Estado. Con la droga los traficantes mueven ríos de dinero; con ella el Estado tiene a todo el mundo bajo sospecha y esto le permite dar patadas en las puertas, investigar cuentas bancarias, efectuar redadas, descerrajar cajas fuertes y planear sobre todas las conciencias. El negocio de la droga desarrolla los cuerpos de policía y es la existencia de muchos policías lo que crea la necesidad de que haya muchos delincuentes. No creo que esta sociedad se convirtiera en una Arcadia feliz si se despenalizara la droga, pero sin duda tomaría un cariz más racional, incluso más placentero. Aunque a los drogadictos se les tratara como enfermos ya no serían sus farmacéuticos los sujetos más marginados de las chabolas. Podría iniciarse un programa de salud colectiva sin necesidad de soportar a actores y periodistas, algunos de ellos cocainómanos, jugando al fútbol en un espectáculo caritativo de publicidad de la droga. Al disminuir el número infinito de culpables el Estado relajaría su brazo de hierro y todo el mundo, compuesto de enfermos y gente saludable, se sentiría más libre. ¿Pero de qué vivirían entonces tantos policías, banqueros, empresarios, políticos y cardenales si las cárceles se convirtieran de pronto en invernaderos de tulipanes?
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