Accidentes de coche
Quisiera comentar la carta de Agustín Ayneto Pardina de EL PAÍS del 7 de enero. Opina el señor Ayneto que el principal motivo es el alcohol, y que los coches y carreteras no tienen la culpa; echa la culpa a la falta de educación de los conductores, que no entienden nada (sic), y, finalmente, pide más fuertes condenas a los conductores alcohólicos y drogados.Mi modesta opinión es que el estado de las carreteras y sus señales influye un poco; que los vehículos y la forma en que se construyen y mantienen influyen otro poco; que la densidad del tráfico influye otro poco; que la vigilancia, control y penalización legal de las infracciones ayuda otro poco; que la conducción temeraria e imprudente influye mucho, y que ésta se puede dar por diversas causas: la más probable, el exceso de alcohol y otras drogas, en algunas personas; pero también la agresividad, el cansancio y, en fin, los fallos humanos en general, algunas veces, lamenta
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blemente, no atribuibles más que a las limitaciones inherentes al ser humano, siempre sujeto a error.
Por eso, no creo que el endurecimiento de las penas sea la única solución, como no creo que la mala educación sea la única causa y tampoco que si se arreglan las carreteras o se mejora la seguridad en los vehículos se vayan a eliminar totalmente los accidentes de tráfico.
Siempre se encuentran ejemplos de países con mejores carreteras y vehículos más seguros que siguen pagando enormes tributos humanos (quizá menos en porcentaje por pasajero y kilómetros, pero aún tremendos), y también hay países donde las penas por conducir embriagado son mucho más severas y las medidas dé alcohol en la sangre mucho más estrictas, que también tienen miles de muertos al año. Hay también países, probablemente más educádos., que siguen teniendo muchísimas víctimas. En relación con las medidas educativas, aunque casi siempre muy recomendables, necesitan de' bastante tiempo, y la mejora sería parcial, como antes se indicaba.
Las medidas aún más represivas no son necesariamente caras y quizá sean deseables, pero no son una panacea. España, con más de diez millones de licencias de conducir turismos y dos millones de autobuses y camiones, que se cruzan con una población de dos millones de alcohólicos y muchos más millones de bebedores habituales, tiene 5.000 muertos y más de 20.000 heridos por año. Si pudiésemos ser como Alemania en autopistas y como Suecia en educación y en seguridad de vehículos, y con unas medidas de alcoholemia tan estrictas como en Dinamarca, podríamos bajar a 2.000 o 3.000 muertos y sus correspondientes heridos, pero no a cero. Pero el coste de llegar a ello, invertido en sanidad o educación (general, y no sólo vial) y, en seguridad social, salvaría muchas más vidas.
Lo curioso es que casi nadie proponga el fomento del transporte público, en medios conducidos por profesionales, cuyo trabajo es exclusivamente ése y a los que es mucho más fácilmente exigible que a un privado que sale del portal de su casa, que no conduzcan borrachos, drogados, cansados o nerviosos, y a cuyos vehículos les es más fácilmente exigible estén revisados y se conduzcan con prudencia.-
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