Un peñón de armas tomar
A la senda que discurre por la margen izquierda del arroyo de la Majadilla se la conoce como la autopista de La Pedriza por motivos obvios. Todos los sábados y domingos, cientos de conductores estacionan sus vehículos en el aparcamiento disuasorio de Canto Cochino para iniciar por aquélla diversos recorridos a través de este imperio de granito.Aunque se apean de sus coches, muchos siguen comportándose como pilotos del París-Dakar-París, dejando a su paso un reguero de papel higiénico, decibelios y latas de caballa que bastarían para orientar a una excursión de ciegos. La del Yelmo, por desgracia, es una de las etapas clásicas.
Pero, a diferencia de otras autopistas, ésta no cuesta un duro. El único peaje que conviene abonar, eso sí, es una visita nostálgica a la choza Kindelán. A la altura de la pradera del Pradillo se alza este refugio que frecuentaron los pioneros del lugar, los hermanos Kindelán, en los comienzos de siglo.
En aquel entonces, para disfrutar de estos canchales había que tomar el tranvía de vapor que salía de Cuatro Caminos hasta Colmenar Viejo y allí hacer transbordo a una diligencia y luego alquilar una caballería... Innecesario advertir que la guarida no goza de las comodidades de un chalé de La Moraleja, salvo agua corriente, que tiene toda la de la Majadilla.
Refugio histórico
Poco más adelante, tras cruzar el arroyo por un puente de madera de escaso fiar, se halla otro refugio histórico, en este caso el Giner. Propiedad de la Sociedad Peñalara, fue costeado en 1916 por suscripción popular. Y no tan popular: noticias hay de que también se rascó el bolsillo "S. M. el Rey [Alfonso XIIII, que contribuyó con 500 pesetas".
El arroyo de la Dehesilla, oculto tras los jarales, sirve ahora de guía acústica para llegarse hasta el Tolmo. La verdad es que no tiene pérdida, pues se trata de una bola de granito de 18 metros de diámetro por 73 de circunferencia y unas 500 toneladas de peso. Aunque hoy yace monda y lironda en medio de una explanada milagrosa, parece ser que se desprendió del risco del Pájaro en tiempos de los dinosaurios.
Más reciente, de 1839, es el caso de los bandoleros que secuestraron a los dos hijos del marqués de Gaviria y, en vez de 3.000 onzas de oro, hallaron su infortunio al ser cercados por las tropas y la policía en las cercanías del Tolmo.
Y es que La Pedriza abunda en historias de salteadores,, como aquel terrible Pablo Santos. Coetáneo de Candelas, actuaba y se refugiaba en los alrededores del cancho Centeno hasta que uno de sus secuaces, Isidro el de Torrelodones, lo mató de un trabucazo.
Éstas y otras biografías aún. más negras amenizan el ascenso hasta el collado de la Dehesila, desde donde hay vistas para dar y tomar -las llanuras de Soto del Real y el extremo de Cuerda Larga- y desde donde un enrevesado senderillo conduce hasta el pie de la cara norte del Yelmo.
"Cubriendo una superficie de cerca de un hectómetro cuadrado", escribió Bernaldo de Quirós en 1923, "se levanta 115 metros sobre su base por el sur y 95 por el norte. La última de estas cifras es exactamente la elevación máxima del monasterio de El Escorial, desde la lonja hasta la cruz del cimborrio": lo que mide un campo de fútbol.
Llamado Yelmo por su similitud con el elemento caballeresco, este peñón de granito rosado es la foto typical de La Pedriza -véase en el retrato de Felipe IV, obra de Velázquezy una cima obligada para todo montañero que se precie. La ascensión no es nada del otro jueves, pero una vez en la cumbre no hay Himalayas que se le parangonen: sólo paz, Madrid al completo y el zumbido al planear de un buitre leonado.
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