El fracaso de Yeltsín
NO ES casual que el presidente Yeltsin haya estado ausente en la reunión constitutiva de la Cámara baja (Duma) del nuevo Parlamento ruso. Ha preferido asistir a la sesión del Consejo de la Federación, formado en un alto porcentaje por funcionarios de diversas administraciones. En realidad, la reciente elección de la Duma ha sido el mayor fracaso de la carrera política de Yeltsin. Concentró todos sus esfuerzos en eliminar al Sóviet Supremo ruso, presentándolo como una reliquia del periodo soviético, para poder abrir así la posibilidad de que el pueblo eligiera una nueva Cámara, en la que supuestamente tomarían el relevo los representantes de unos electores deseosos de reforma y de democracia y firmes aliados de la política de Yeltsin.Para lograrlo, el presidente ruso no sólo utilizó toda clase de maniobras políticas y transgredió las leyes con el argumento -sin duda sólido- de que éstas habían sido dictadas por el poder soviético. Al final llegó a un extremo que algunos considerarán inevitable, pero que en todo caso fue trágico: el ataque militar contra el edificio del Parlamento. Se produjo un número de víctimas aún no determinado, la disolución manu militari del Parlamento y la detención de sus figuras más conocidas. Todo esto le fue aceptado por unos Gobiernos occidentales complacientes, que deseaban con razón que Rusia tuviese por fin una representación parlamentaria auténtica, pero que, de forma quizá irreflexiva, apostaron por Yeltsin como única opción posible y deseable.
Después de las elecciones de diciembre ha queda do claro lo que es en realidad la representación del pueblo ruso en las actuales circunstancias: el mayor porcentaje de votos lo obtuvo un partido ultranacionalista y fascista, dirigido por una mezcla de fanático y bufón. En todo caso, los neofascistas de Zhirinovski, si se unen con los comunistas y los agrarios (tan inmovilistas y antioccidentales como los dos grupos anteriores), forman un bloque capaz de paralizar todo proyecto reformista que Yeltsin y su Gobierno presenten al Parlamento.
El presidente puede contar sólo con los representantes de Opción Rusia y los de varios pequeños grupos reformistas definidos sobre todo por la personalidad de los que los encabezan.
En estas condiciones, ¿qué hará Yeltsin? Desde luego, no podrá recurrir al método empleado contra el Sóviet Supremo. Tiene dos cartas que jugar: por un lado, la existencia de un grupo muy numeroso de independientes entre los diputados, poco definidos políticamente y susceptibles de favorecer las propuestas del poder. Y, sobre todo, Yeltsin tiene la Constitución, que dota el presidente de poderes muy fuertes, incluso el de disolver la Duma si ésta paraliza la acción de gobierno.
Ya ha puesto bajo su control directo las principales responsabilidades del Gobierno: Exteriores, Interior, Defensa, el aparato represivo y de información que era el KGB, la radiotelevisión y los archivos, el esqueleto del Estado. Una evolución que se aleja de la ilusión de una Rusia democratizada.
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