El Madrid sobrevive al baile
Caminero, autor de los dos goles del Atlético, fue la estrella de la noche
El Atlético le tiró un baile al Madrid en Chamartín, pero dejó escapar la pieza. Le perdió su falta de precisión y de aire. Conducido por Caminero, un antiguo chico de la casa madridista, el Atlético encadenó por igual el juego y las. ocasiones. Durante media hora, tuvo a su rival desplomado, moribundo. Fue el memorable trecho de Caminero y Kiko, los dos en sociedad. Pero la traca se acabó con el segundo gol, cuando la magnífica arquitectura del Atlético fue derribada por el alboroto del Madrid, que buscó y encontró lo que quería: un motivo para sobrevivir al desastre. Lo encontró con el gol de Michel. El duelo continúa.El Madrid se quedó en los huesos muy pronto. Ni tan siquiera rentabilizó el gol de Zamorano en los minutos de tanteo, cuando el partido corría indeciso. El encuentro había nacido áspero, demasiado trabado y con mucha gente en el suelo. Se aventuraba una noche de poco fútbol, una de ésas que se llaman coperas. Era la clase de noche que los equipos ganan con un baJonazo. Algo así fue el gol de Zaimorano: un saque de banda, la desatención de los defensores, el balón retrasado de Alfonso y la aparición de Zamorano para matar frente a Abel.
Las leyes de la Copa favorecían al Madrid. Tenía el botín en su mano. El gol temprano, el auxilio de su estadio y la posibilidad de dirigir el partido. Eso parecía. El Atlético pasó el tramo inicial con dudas, sin elegir novia. El equipo tenía una pinta neutra, sin vena para atacar y con blandura para defender.
El cambio se produjo por la Superioridad del Atlético en todos los apartados. Tuvo la pelota, jugó en la cancha madridista, negó cualquier remate sobre Abel y exprimió todas las miserias de su adversario. Pero su mayor mérito fue aprovechar el talento extraordinario de Caminero y Kiko, dos futbolistas de verdad. Caminero cogió el partido de la mano y se lo llevó a casa. !Su noche fue monumental.
Tiempo atrás, Caminero parecía un jugador superficial. Aparentaba pero no daba la impresión de producir. Salía airoso con la pelota y se adomaba y tiraba un caño en el centro del campo y pasaba con suficiencia. El repertorio era muy interesante, pero le faltaba sustancia. Ahora Caminero está lleno de sustancia. Tiene manejo, vigor, recorrido, claridad y llegada. Mucha llegada. Es una estrella.
La sociedad que formó con Kiko fue memorable. Mientras tuvieron aire, y eso fue durante una hora, convirtieron un partido sombrío en un espectáculo luminoso. Bajo su influjo, el Atlético creció y creció. Metido en la media cancha madridista, Kiko operó con bisturí. También lleno de intuición y toque, todo lo que hizo fue decisivo. Comenzó con un sombrerito en tierra de nadie a Milla, El asunto que iba para ornamental se cargó de gol. Kiko se llevó la pelota, vio la carrera de Caminero y metió la pelota profunda para el centrocampista, que entró como un trueno entre la línea defensiva del Madrid. Luego tomó la pelota y con mucha sencillez la cruzó al palo largo. Una joya de gol.
Para entonces el Madrid era una ruina. Prosinecki vagabundeaba con el oído lleno de aire. El público silbaba sin compasión sus apariciones. Los demás estaban aplastados o perdidos. A Butragueño, por ejemplo, el partido le superaba por todas partes. Milla tapaba fuegos arriba y abajo, pero el equipo amenzaba derrumbe. Y así ocurrió. El Atlético atropelló al Madrid en el cuarto de hora final de la primera parte. Lo de o en los huesos.
Pero dejó que las ocasiones se escurrieran. Kosecki estuvo especialmente débil en el área. Su falta de precisión fue notable en un remate con la portería a su servicio. Tuvo ocasiones de todos los colores, pero las echó fuera o las rechazó Buyo, que se movió siempre con agilidad.
El segundo gol del Atlético concretó de manera definitiva su superioridad, pero también acabó con su hegemonía. Fue el canto de cisne de Kike y Caminero. Otra interpretación habilísima de Kiko, con su apertura a Pirri y luego el pase al segundo palo, donde llegó Caminero, como estaba escrito. Y de repente, todo cambió. Salieron del campo Prosinecki y Butragueño, entre la enemiga de la hinchada, y entraron Llorente y Dubovski. Y entonces el Madrid apeló a la guerra brava. Decidió alborotar, convertir el partido en un gallinero. Funcionó.
Una hora después del gol, el Madrid remató contra Abel por primera vez. El Madrid vio que había partido. Quería agarrarse a algo para superar el desastre. Y en la penúltima ocasión se produjo el penalti. El Madrid, que había agonizado durante todo el partido, agarró el penalti como un flotador. Era el empate que le sirvió para sobrevivir a una noche miserable.
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