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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moción polémica

LOS SOCIALISTAS cántabros se han arriesgado a contagiarse con la peste del transfuguismo con tal de librar a Cantabria del cólera de la gestión catastrófica y del endeudamiento galopante que padece bajo Juan Hormaechea. La moción de censura que acaban de presentar contra el presidente cántabro reproduce, en sus causas y en sus justificaciones, la ensayada y fracasada en junio pasado. Como entonces, los socialistas cántabros amparan su iniciativa en el estado de necesidad en que se encuentra Cantabria. Como entonces, el Partido Popular -los dirigentes nacionales y los regionales- se hacen los distraídos e ignoran el bello principio de "no cambiar dignidad por poder", enunciado por su presidente, José María Aznar, como referente ético a seguir en sus relaciones con Hormaechea.Existirían, pues, atenuantes en la iniciativa de los socialistas cántabros, necesitados para triunfar del concurso de, al menos, dos ex diputados populares, refugiados en el Grupo Mixto. ¿O no configuran un verdadero estado de necesidad los comportamientos atribuidos por el propio PP a Hormaechea, al que acusó, en el debate parlamentario sobre la fracasada moción de censura de junio, de realizar "una gestión arbitraria", distorsionar "los métodos democráticos de relación institucional" y dirigir "sus estrategias políticas en un sentido contrario al del interés general de los cántabros"? Puede entenderse que la dirección socialista quiera desmarcarse de la iniciativa de sus correligionarios cántabros -el propio Felipe González manifestó que "no la veía"- so pretexto de no enfadar al PP y de no comprometer los contactos que ambos partidos mantienen sobre el llamado impulso democrático. Pero lo que no se entiende es que el PP no haga nada ni deje hacer para desalojar del poder a un responsable público al que imputa comportamientos tan reprobables y que está en trance de ser juzgado por prevaricación y malversación de fondos públicos. Esa complacencia sí que cuestiona la sinceridad del citado impulso democrático.

Lo menos que cabe decir de esta actitud es que es profundamente incoherente. Lo es rasgarse las vestiduras ante el fenómeno del transfuguismo y al mismo tiempo dar apoyo a un personaje al que el propio Aznar ha declarado antaño incompatible con la ética pública y con el mínimo de dignidad exigible a cualquier persona investida de autoridad. Si la moción socialista triunfa con el apoyo de ex diputados populares, ello se deberá en alguna medida al extraño hechizo que parece ejercer Hormaechea sobre los dirigentes del PP.

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Éste paraliza su voluntad y parece impedirles liberarse de la servidumbre a un personaje desacreditado. Esta actitud no refuerza precisamente la coherencia del proyecto político con el que pretenden llegar al poder. Definitivamente, la defensa de este indefendible Hormaechea resta credibilidad a las proclamas regeneracionistas del PP. La solución ideal sería, por, supuesto, que el PP se uniera a los socialistas y al Grupo Mixto en el voto para acabar con el lamentable episodio Hormaechea. Si no es así, no caben lamentaciones hipócritas. Condenar el transfuguismo no significa condenar a los diputados, procedan de donde procedan, a votar en contra de su conciencia y del sentido común.

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