Un 'lumpen' social: los alcaldes
A los archiganzúas, bandoleros, buscones, cacos, carrilanos, descuideros, carteristas y cortabolsas, engatados y largos de uña, peristas y demás gente de la carda; a las bordionas, chuquisas, izas y rabizas, poliputerras y putarrazanas, amén de toda la rameada variedad de mozas de fortuna, incluyendo a las pingos, peliforras, pellejas y alcahuetas, con sus consentidos, cabrones, chulos, taitas y rufianes; a los camellos, colgaos y drogatas; a todo el arco iris del lumpen hay que incorporar -¿o no lo estaban ya?- los políticos, en general, y concejales y alcaldes, en particular.Ésa es la impresión que me embarga y sacude después de leer la sentencia dictada por la Sala Segunda del Tribunal Supremo contra el señor alcalde de Pinto, don Carlos Penit, y su primer teniente de alcalde.
Y no es que no acate la sentencia. La acato, aunque no la comparto. He luchado desde mi juventud para que España fuese un Estado de derecho. Para que la soberanía descansase en el pueblo. Para que todos, desde el Rey al último, vivamos libres y sólo sometidos al imperio de la ley que emana de la Carta Magna que nos dimos los españoles hace quince años. Se acabaron los juicios ante Dios y ante la historia. El que la haga que la pague.
Sé que derecho es lo que dicen los jueces. La ciencia del derecho es la jurisprudencia, lo que dictan los órganos juridisccionales al interpretar y aplicar la ley. Y estoy de acuerdo. Veneremus cernui. Desde mi juventud he luchado por eso. Y acato y acataré el derecho que emane de ese alto tribunal. Lo he prometido: "Cumplir y hacer cumplir la ley". Lo he prometido públicamente al acceder a mi cargo. Y, Dios me ayude, no faltaré a la promesa.
Pero la zozobra, la ansiedad, el estrúpulo, me llena, cuando ante el caso por el que ha sido condenado el señor alcalde de Pinto yo, libera me Dómine, hubiera hecho lo mismo. Y lo peor es que lo haría teniendo la conciencia tranquila. Y es lo que me horroriza: no tener conciencia de falta, de pecado. Yo no tiro un polígono industrial y destruyo puestos de trabajo, aunque me lo certifiquen en pergamino todos los técnicos del mundo. Dimito ya. Y con esto no hago la más mínima crítica al alto tribunal, cuya misión es interpretar la ley. Si la ley no sirve, cámbiese la ley, y esto no lo hacen los jueces, sino el Parlamento.
La sentencia que sienta jurisprudencia, derecho, y obligará a los demás tribunales a dictar sus resoluciones conforme a ella, abre un futuro incierto para los concejales y para los dos excelentísimos señores, la tira de ilustrísimos y las restantes señorías que formamos el colectivo de alcaldes, hasta aquel señor alcalde que limpia sus pies de la gleba pegada a sus botas, se destoca de boina al entrar en su Ayuntamiento y espera a que el señor secretario le mande firmar cuatro papeles, porque el señor secretario visita ese Ayuntamiento los martes o los jueves...
Pero no ha sido el alto tribunal el que ha empujado al señor alcalde de Pinto a la galería del crimen. Ha sido la prensa, o esa prensa sensacionalista y amarilla. Sí, amarilla, gualda. Se dice que la prensa amarilla, como tal, fracasó en este país. Fracasó porque el amarillismo tiñe los grandes diarios. ¿Para qué otra más genuina? Y ha sido esta prensa la que ya había condenado al señor alcalde de Pinto. Le había puesto en esa infame galería y hasta le había asignado un alias definitivo, como lo tiene cualquier criminal que se precie: El Gatopardo de Pinto. Tal vez veamos, en un futuro breve, su efigie en el museo de cera, al lado de los bandidos más célebres. El Tempranillo, Luis Candelas, Jarabo, El Gatopardo de Pinto...
Y esto es lo que me produce ansiedad. Que la gente empiece a creer que las alcaldías son patios de Monipodio y la sala de consejos de gobierno municipales puertos de arrebatacapas, donde reina la prevaricación, el cohecho, el clientelismo, el chanchullo... Donde cierta prensa viene afirmando que los únicos honrados en los ayuntamientos son los concejales de los llamados grupos mixtos, que por eso se han ido de los partidos por los que obtuvieron su acta de concejales, porque la corrupción reina en los partidos y no en sus inmaculadas almas. Y estos concejales son los que, amparándose en el amarillismo de la prensa, filtran desinformaciones que tienen amplio eco y tratan de judicializar la vida municipal. Cuando la verdad es que tales personajes son escoria política, son el resultado de haberse quemado sus ambiciones personales. De tránsfugis, libera me Dómine...
Por eso yo, desde ahora, después de esta sentencia, voy a entonar el más sentido cántico a Dios pidiendo su luz, gracia y suerte ante la firma de cualquier documento: Veni Creator Spiritus, mentes alcaldorum tuorum visita...
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