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La amarga risa de los presos

Berlanga estrena "Todos a la cárcel" en el centro penitenciario de Valencia

"Me he sentido como un bosnio que viera una película humorística sobre la guerra de Yugoslavia. Ha sido algo amargo". Manuel Alonso Pinzón, colombiano, preso en la cárcel de Picassent (Valencia) por un delito de narcotráfico definió así ayer el estreno de Todos a la cárcel, la última película de Luis García Berlanga. Dos centenares de reclusos recibieron con aplausos al cineasta valenciano y a dos de los actores que intervienen en el filme, José Sazatornil, Saza, y José Sacristán.La fatalista reflexión del preso colombiano, que afirma que es inocente y atribuye su detención a una "cuestión política", no está muy lejana del pesimismo que late en la película de Berlanga. El director no deja títere con cabeza en este filme, que rodó en la cárcel Modelo de Valencia. La cultura del pelotazo, la explotación de la solidaridad, la corrupción, política, la codicia, la marginación de los más débiles y la impunidad de los poderosos son algunos de los temas que vertebran Todos a la cárcel.

El cariño con el que los presos recibieron a Berlanga y a los dos actores hizo que éstos les devolvieran los aplausos. Berlanga cumplió su promesa de estrenar la película en Picassent. Saza, que era la primera vez en su vida que entraba en una cárcel, se mostró encantado y tuvo tiempo de bromear sobre su Personaie. "En la película soy Artemio Bermejo, propietario de Sanitarios Bermejo. Estoy tan compenetrado con mi trabajo que si queréis que os ponga algún lavabo me quedo aquí, con vosotros, y lo pasaremos muy bien", dijo Saza. Su dentadura se hizo aún más visible y la nariz se le afiló en una sonrisa.

Aunque los presos rieron las ocurrencias de la película e incluso algunas internas piropearon a Sacristán, la realidad irrumpió de nuevo al final de la sesión.

Los funcionarios, con el gesto adusto que se exige en cualquier manual, emplazaron a los internos a guardar filas para volver a su módulo.

Un hombre de 22 años, rubio, con coleta y dos aros enganchados en una oreja, marcaba diferencias entre la realidad y la ficción. "El director de la cárcel no está tan loco como el de la película", afirmaba, al tiempo que mostraba unos incisivos carcomidos. Su condena de 14 años, de la que por ahora ha cumplido 19 meses, no le impedía recordar con simpatía al cocinero de la prisión en la película. Una de sus técnicas gastronómicas -añadir su orina a la comida- despertaba una cierta desconfianza en el recluso. "En la cocina no hay ahora nadie que vigile para que no se hagan guarradas", dijo.

La hilera de presos retomó su camino cotidiano. Algunos reclusos barrían el suelo como autómatas, sin mirar a la cara a los visitantes que habían acudido al estreno. Berlanga, entretanto, abandonó Picassent.

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