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Vecinos del peligro

Los policías llenaban el descansillo del séptimo piso y también del octavo. Vivieron la tarde pendientes de la puerta del 7º J. La vida del bloque vallecano donde ocurría esta escena se había alterado. El número 10 de Luis Buñuel es la casa de 80 familias realojadas hace 10 años. Antes vivían en unas casitas bajas. Muchos se conocen.Flora, una sirvienta jubilada de 74 años, llegó con la pescadilla, la leche y el pan a eso de las dos de la tarde y se llevó un susto de muerte. Se encontró a un policía en la puerta. "Me dijo que subiera inmediatamente a mi casa", gemía anoche la anciana por teléfono, "y luego llamó un guardia y me preguntó que si había visto a alguien. Mire, después se me caía todo, todo". Los vecinos tenían la consigna de no abrir la puerta: "Oiga lo que oiga, no salga", le dijo un agente a una vecina del 6º. Y ella cerró con llave. Un policía, apostado entre el 5ºy el 6ºpiso, se peleaba con los gritos infantiles que traspasaban las puertas. "Traten de mantener silencio. Que no se ponga alta la tele".

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La tarde transcurrió silenciosa, salvo en una cosa. Los perros ladraban más que nunca. Y a los vecinos les costaba entrar en casa. Una mujer sólo lo hizo cuando le dijo a un agente que tenía que pinchar insulina a su madre. "Bajo su responsabilidad. Si se ganan un tiro...", le contestó un agente. A una madre le cayó la noche encima esperando a sus cinco hijos, retenidos en la calle brumosa. La mujer decía: "Ellos que aguanten, que son jóvenes. Lo que importa son esas criaturas, las de arriba". En los críos pensaba también la vecina del 8º, que incluso salió a ofrecer café a los 20 policías que llenaban el pasillo, atravesado por un frío tremendo. "Me han dicho que no. Tenían cara de preocupados".

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