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La crisis de la CDU pone en peligro la carrera política de Helmut Kohl

El canciller Helmut Kohl, zarandeado por dos catástrofes electorales consecutivas, con el índice de popularidad por los suelos y enfrentado a una oposición eufórica y dispuesta a recuperar el poder que perdió hace más de una década, se enfrenta al momento decisivo de su carrera política. En la Unión Cristiana Democrática (CDU) se oye ruido de sables por los pasillos.

A sus 62 años, una edad joven para un estadista, el canciller Helmut Kohl carga sobre sus anchas espaldas la chamusquina de más de una década en el poder y debe lidiar, con un equipo gastado y sin ideas, la peor recesión de la posguerra en Alemania.El horizonte electoral de octubre de 1994 está lleno de nubes negras para la CDU. Podría esperarse un golpe de mano en el partido, una traición palaciega como la que protagonizaron los conservadores británicos hace dos años para deshacerse de Margaret Thatcher. Pero, al contrario que la Dama de Hierro, Kohl no ha dejado ningún Brutus en su partido dispuesto a asesinarle. Nadie esconde en la CDU la preocupación por el giro que toman los acontecimientos, pero sólo dos de sus líderes -y ambos víctimas de las iras de Kohl en el pasado- han osado criticar su gestión, mientras el resto se limita a hacer llamamientos para evitar que los trapos sucios se laven fuera de casa.

Su antiguo rival por el liderazgo democristiano, Kurt Biedenkopf, ahora sólidamente instalado en la presidencia de Sajonia, ha puesto en duda abiertamente su liderazgo, y Heiner Geissler, del ala izquierda de la CDU y ex secretario general del partido, ha advertido sobre "la arrogancia del poder" que practican sus correligionarios. Ninguno de los dos contaría con el apoyo de las bases ni de los poderes fácticos de la familia democristiana. Los aparentes delfines, el número dos Wolfgang Schüble y el ministro de Defensa Volker Rühe, han mantenido silencio, escarmentados, tal vez, por el trato que tradicionalmente dispensa Kohl a sus críticos.

Kohl no tardó en contraatacar acusando a sus críticos de favorecer la idea de una gran coalición entre democristianos y socialdemócratas de la que él estaría excluido. El martes, en una reunión del grupo parlamentario de la CDU, exigió al partido "unidad y decisión en la lucha contra el adversario", añadiendo sibilinamente: "Tampoco tengo nada en contra de que luchemos entre nosotros si algunos así lo quieren. Si tenemos que dar un espectáculo de este tipo hagámoslo pronto. Hay una nueva conspiración contra mí, lo que no es nada nuevo. El objetivo es crear un ambiente apocalíptico que permita llegar a una gran coalición, pero con esto no solucionaremos los problemas reales del país".

Dirigiéndose directamente a Biedenkopf, el canciller indicó que "quien ahora da por perdidas las elecciones de 1994, debe responder si realmente quiere la victoria". Solo Geissler, vicepresidente del grupo parlamentario, se atrevió a pedir una discusión sobre el carácter de volkspartei (partido popular en el sentido interclasista) explicando que, en su opinión, la CDU pierde el apoyo de grupos sociales enterios. "Tenemos que llegar a los corazones de la gente con nuestro lenguaje", dijo. Y Kohl le replicó: "Me molesta el carácter absoluto de tus exigencias programáticas".

A Kohl se le ha dado muchas veces por acabado, siempre para verlo resurgir triunfante, alcanzado así dimensiones mitológicas entre sus conciudadanos y adversarios políticos. Y él mismo participa de esta imagen. Ahora mismo, contra las cuerdas, aún ha tenido arrestos para la lírica. "Hay miedo en este partido", reconoció tras el descalabro de Brandeburgo. "Los problemas son gigantescos y las elecciones nos muestran que un viento muy fuerte, tal vez una tempestad, está soplando en nuestras caras. Pero esto no significa que debamos rendirnos".

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