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Réquiem por un muerto hecho a medida

Juan José Millás

Las torres KIO ya tienen dueño, qué alivio. Daba no sé qué pasar por allí y mirar esos dos cadáveres, con el rostro más agujereado que una calavera, a punto de caerse el uno sobre el otro, como dos esqueletos borrachos que vinieran de correrse una juerga en Colmenar. Las han comprado por dos duros porque los muertos en Madrid no valen nada, están por los suelos, vamos: es lo que sucede cuando la oferta excede a la capacidad de la demanda, que se desploman los precios. Hay tantos muertos que ya no sabemos ni de quiénes son; el otro día una familia enterró una difunta ajena, mientras que la de su propiedad era velada por extraños. Y eso tampoco es; los muertos deben hacerse cargo de sus muertos.A las torres KIO, por ejemplo, se las han llevado a casa sus acreedores. Cajamadrid amortajará, o amortizará, no sé, la de la izquierda, y Construcciones y Contratas, la de la derecha, o al revés, ya veremos; la cuestión es que en este caso no cabía posibilidad de confusión respecto a sus verdaderos propietarios porque la talla de los muertos se correspondía con la de los vivos. Si usted quiere llorar a un difunto, lo primero que tiene que saber es la talla de su dolor. Dentro de poco, en lugar de velar a nuestros muertos verdaderos, que es una pasada, llegaremos al tanatorio y le diremos al aprendiz:

.He perdido a mi esposa y desearía velar un cadáver.

-¿Y cuál es su talla de difunto?

-Pues no sé, hace mucho que no velo.

-¿Cuánto gana?

-Lo mínimo.

Con esos datos, el aprendiz de muerto revisará unos estantes como los de las zapaterías, sólo que con ataúdes en lugar de cajas de cartón, y le servirá enseguida un cadáver zarrapastroso sobre el que descargar su pena.

Lo importante es acertar con la talla. En Madrid, por ejemplo, llevamos una semana llorando la muerte de Jesús Sánchez Rodríguez, porque es un muerto que encaja a la perfección con nuestra estatura: vivía del trapicheo y fumaba porros en los bancos de las plazas para evadirse. Además, lo transformaron en cadáver de un modo violento, característico también de nuestra identidad. O sea, que es un difunto hecho a medida; la verdad es que nos viene como anillo al dedo. En él podemos llorar lo que somos, lo que venimos siendo: el Ayuntamiento debería haber decretado tres días de luto oficial, por que si hay un muerto que sea tan nuestro como la Cibeles, la calle de Alcalá o el Retiro, ése es Jesús Sánchez. Pienso en su muerte e imagino que, gracias a los vapores del hachís, cuando le fracturaron el cráneo sintió la grandeza de una catedral a la que se le derrumbara, de súbito, la bóveda sobre el altar mayor. Quiero imaginar que, mientras Jesús percibía esa lluvia de cascotes óseos sobre la cruz de su existencia, tuvo un momento de felicidad al intuir que ya no necesitaría rebañar los bolsillos de su vieja para pillar el costo con el que se olvidaba un rato de quién era.

En cuanto a sus agresores, no os dejéis engañar: hay muchos cabezas rapadas que ocultan su verdadera condición bajo una abundante melena. Cualquier día de estos se quitan la peluca y comprendemos de golpe que tenían detrás de sí un ejército. Pasa lo mis mo con los cadáveres: ahora estamos sobrecogidos por el de Jesús porque, además de ser muy evidente, nos viene como un guante, pero si miras a los que se cruzan contigo por la calle verás que muchos de ellos, debajo de una vida aparente, ocultan ya un difunto. El propio Jesús, quizá, estaba muerto antes de que lo mataran. Descanse en paz.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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