La rutina de un traficante
Baudelino Prieto mata el hambre en restaurantes siempre distintos. Otras veces regresa a su casa y se prepara la comida. A las 17 horas sale del garaje rumbo al centro comercial de Arturo Soria. Se pierde entre la multitud. En el trasiego de las barras o frente a los escaparates, recibe a parejas de colombianos.Todo, de forma discreta. Los agentes que le controlaron le recuerdan como un hombre de gestos tranquilos. Nunca llevaba corbata. Vestía mocasines caros, americana y los días de lluvia una chaqueta de tonos claros. Su paso imponía cierto respeto. De hecho, la mayoría de los que le trataron le otorgan más altura de la que tiene (1,68 metros).
Por la noche vuelve a casa. Evita las salidas nocturnas, casi tanto como a los desconocidos. Pueden resultar peligrosos para él. Sólo se relaciona con su pequeña red. Carece de amigos españoles.
Las cenas siguen el mismo patrón que las comidas: locales distintos. Un día en el Shangai -un chino al lado de su domicilio -, otro en un Pizza-Hut... Nadie le recuerda. "Puede ser", dicen los camareros ante su foto.
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