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Paisaje para un drama

Macedonia, acosada por sus vecinos y las rivalidades étnicas, puede extender la guerra yugoslava a toda la región de los Balcanes

"También hoy, tras varias guerras y tras muchas resoluciones de las conferencias europeas, sigue abierta la cuestión macedonia y es una mancha oscura, de terribles augurios, para Europa". Esta advertencia del búlgaro Arseni Jovkov, publicada en el periódico Ilinden en febrero de 1922 vuelve a ser actual. Largas sombras se extienden sobre los intentos de los mediadores internacionales y dirigentes políticos occidentales de compensar su fracaso en frenar la guerra en Bosnia-Herzegovina con su supuesto éxito en "impedir la extensión de la guerra".La detención, la pasada semana, de un grupo de miembros de la minoría albanesa de Macedonia, entre ellos un viceministro de interior del Gobierno de Skopie, acusados de conspiración contra el Estado, replantea los peligros de desestabilización de Macedonia, esta paupérrima república ex yugoslava en el punto más débil del puente balcánico entre Europa y Oriente Medio.

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Manual para una guerra

Estados Unidos, que no ha ejercido otro papel en la crisis de los Balcanes que la difusión de mensajes e iniciativas confusas y contradictorias, envió el pasado año 300 soldados a Macedonia para "proteger la integridad de sus fronteras".

Incluso Washington, cuyos errores de apreciación en esta región han sido constantes en los últimos años, sabe que de caer la pieza macedonia en hostilidades, la gran guerra balcánica sería inevitable.

Cinco países -Grecia, Albania, Serbia, Bulgaria y Turquía- se verían irremisiblemente envueltos en una guerra cuya crueldad y víctimas podría superar a la de Bosnia-Herzegovina. Ninguno de los países vecinos de Macedonia se mantendrán impasibles mientras otros se reparten este territorio vital en los Balcanes. Dos países de la OTAN -Turquía y Grecia- podrían hallarse en bandos encontrados en una guerra en la que resurgirían las alianzas bilaterales o trilaterales, desmoronado ya el concepto de la seguridad colectiva. Este, una de las mayores conquistas de la posguerra en Europa y celebrado en 1990 en la cumbre de París de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) no es ya sino un lejano recuerdo después de que las potencias atlánticas que eran garantes del mismo aceptaran el asalto armado sobre Croacia primero y sobre Bosnia después y hoy estén pujando por el reconocimiento de fronteras que consoliden conquistas territoriales por vía militar.

Pero la amenaza inmediata sobre Macedonia no está en una invasión militar serbia, griega, albanesa o búlgara que puedan evitar los trescientos norteamericanos y setecientos cascos azules. El gran peligro que se cierne sobre Macedonia, agudizado por la actitud griega de boicotear y mantener en el ostracismo internacional a este pequeño país vecino, está en la desestabilización interna y en la muy cuestionada lealtad a este Estado de todos sus ciudadanos.

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Los albaneses de la región occidental -donde se encuentran las ciudades de Tetovo y Gostivar, supuestas cunas de la conspiración- hablan cada vez más abiertamente de la necesidad histórica de constituir una Gran Albania que incluya a Kosovo y toda la franja occidental de Macedonia.

La expansión de la república de Serbia por las guerras en Croacia y Bosnia, que Occidente parece resignado a aceptar, ha reforzado las tendencias entre los albaneses que buscan la redención nacional. en la unificación de todos los territorios habitados por albaneses.

Pero el presidente macedonio, Kiro Gligorov, tampoco puede estar muy seguro de la lealtad de los macedonios eslavos. Frente al núcleo militante de nacionalistas integrados en el IMRO (Movimiento Revolucionario Macedonio del Interior) del radical Liubko Georgievski, un inteligente y jóven demagogo del mesianismo nacionalista, una gran parte de los macedonios eslavos parece poco convencida de sus posibilidades de defender el Estado frente a posibles ataques expansionistas de Albania y su quinta columna en la minoría albanesa.

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