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Veinticinco años haciendo ciudad

La expansión urbanística y la explosión especulativa que asoló la región madrileña en la década de los sesenta, como consecuencia, entre otras causas, de la inmigración procedente de otras zonas del país, produjo en nuestra comunidad un crecimiento desordenado, capitalizado por especuladores, con el único propósito de obtener fáciles beneficios de las ventas de suelo o edificaciones escasamente controladas por la Administración, y de espaldas a las necesidades sociales de los nuevos residentes en aspectos vitales como urbanismo, sanidad, transporte y comunicaciones, servicios, etcétera.Las dificultades económicas de muchos de aquellos inmigrantes para acceder a una vivienda en altura condujo a más de 35.000 familias a levantar con sus propios medios casas bajas y chabolas en zonas sin urbanizar y aisladas. Esto, unido a la carencia de cualquier política social por parte de la dictadura, logró que las periferias de la capital y diversos pueblos de la región acabaran convirtiéndose en un auténtico caos urbanístico con alarmantes déficit de dotaciones y servicios: centros sanitarios, transporte colectivo, espacios deportivos, comunicaciones, zonas verdes, red de alumbrado...

Ante este desolador panorama, y a finales de los sesenta, comenzamos a organizar las primeras asociaciones de vecinos, con un claro objetivo: transformar las condiciones de vida que padecíamos miles de ciudadanos en terrenos de importancia primordial como enseñanza, vivienda, urbanismo, sanidad, transporte colectivo, deporte, medio ambiente, comunicaciones y servicios y un largo etcétera.

En los setenta mantuvimos una lucha decisiva para conseguir colegios públicos cercanos a los lugares de residencia, fueran éstos barrios de viviendas en altura o asentamientos chabolistas. Posteriormente, al calor de estas reivindicaciones y del impulso dado a la construcción de colegios públicos entre los años 1975-1985, continuamos la movilización para conseguir institutos, centros de formación profesional, etcétera.

La necesidad de acercar y extender la asistencia sanitaria a las zonas periféricas fue otra de las batallas de las entidades vecinales desde finales de los sesenta, logrando para los extrarradios casas de salud y ambulatorios hasta entonces inexistentes. A partir de ahí, ya en los ochenta, extendimos la reivindicación a la consecución de hospitales para áreas con serios déficit sanitarios, como la zona Sur-Este.

La vivienda y el urbanismo fueron, desde el nacimiento mismo de las asociaciones de vecinos, el emblema y la bandera principal de la lucha ciudadana, también la piedra de toque de los futuros éxitos del movimiento vecinal. Logramos, entonces, las mayores y más masivas movilizaciones reclamando soluciones de alojamiento para las 35.000 chabolas existentes en Madrid, y en tomo al futuro urbanístico que precisaba la ciudad.

Un transporte colectivo limitado, deficiente, descoordinado y obsoleto cubría escasamente, entonces, las necesidades de los barrios y pueblos surgidos al calor de la inmigración y la especulación. Las movilizaciones propiciadas por las asociaciones de vecinos en los últimos cinco lustros, exigiendo la implantación y ampliación de las líneas de transporte colectivo: periféricas, cercanías de Renfe, EMT, Metro, etcétera, han conseguido racionalizar y extender de manera notable los transportes públicos. La creación del Consorcio Regional de Transportes se convirtió en importante pieza de coordinación del transporte colectivo y público en la CAM.

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Cambiar barro por calles, escombreras por parques y jardines, fue también otra de las reivindicaciones punteras de las asociaciones de vecinos. La participación ciudadana y de sus entidades en las campañas de plantación de árboles contribuyeron asimismo a que escombreras y barrizales sean hoy espacios ajardinados y arbolados.

La batalla vecinal por la consecución de zonas deportivas y recreativas, que posibiliten la promoción del deporte de base, ha logrado una importante extensión de los espacios deportivos, polideportivos, etcétera, en las últimas dos décadas; haciendo posible, de este modo, la masiva participación infantil y juvenil en las prácticas deportivas y el que las asociaciones de vecinos nos hayamos convertido en los principales impulsores del deporte de base en los barrios y pueblos de la región de Madrid.

Nadie pone en duda la esencial y decisiva contribución de las asociaciones de vecinos a la recuperación de las fiestas populares, de las que fueron y continúan siendo su sostén más activo y generoso.

La constancia y esfuerzo de las asociaciones de vecinos y de su federación regional por lograr el reconocimiento institucional consiguió nuestra declaración de utilidad pública y la firma de protocolos con el Ayuntamiento de Madrid y otros Ayuntamientos de la CAM, fruto de los cuales son las normas de participación ciudadana imperantes en diversos municipios, que, en ocasiones, ni se aplican ni se desarrollan por falta de voluntad política de los equipos gobernantes.

Las transformaciones logradas en tantos barrios, ciudades y pueblos de la región en materia de vivienda, urbanismo, enseñanza, sanidad, transporte, equipamientos y dotaciones, zonas verdes, servicios... son otros tantos hitos de la historia de estos cinco lustros de lucha y trabajo cotidiano del movimiento asociativo vecinal; un movimiento que se caracteriza por su marcada voluntad democrática, participativa y plural y que ha hecho posible la solución de incontables problemas urbanos, consiguiendo, de ese modo, cambiar cuantitativa y cualitativamente el hábitat y la calidad de vida de miles de ciudadanos madrileños.

Prisciliano Castro es presidente de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid.

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