Maurras no es el problema
Recientemente, en estas páginas, Joaquín Leguina denunciaba que Charles Maurras -ideólogo de extrema derecha, padre del fascismo francés- diera nombre a una calle madrileña, faltando como faltan escritores e intelectuales franceses contemporáneos de la talla de André Malraux o Albert Camus. Sorprendentemente, un concejal del PP replicaba con endebles argumentos. Pues bien, el callejero de Madrid, que, como capital del Estado, debería desempeñar una función de escaparate, está divorciado de los valores que presuntamente informan de una sociedad occidental del siglo XX.¿Por dónde empezar? ¿Acaso queda salvaguardada nuestra mitología nacional? ¿Están bien dimensionados y representados los propios valores hispánicos? En absoluto. Curiosamente, Antonio de Nebrija, el gran humanista, exponente de la pujanza literaria de Castilla, da nombre a una calleja de 50 metros sin apenas vecinos. El Greco, Gracián, Vicente Espinel, Albéniz y Granados cuentan con pequeños pasadizos. Falla y Gaudí sólo disponen de modestas calles. Mateo Alemán y Torres Villarroel no figuran en el callejero. Una de las principales encrucijadas de Madrid -la plaza de Gregorio Marañón- está presidida por un personaje histórico muy secundario, el general Concha. ¿Cómo explicárselo a los que nos visitan?
San Isidoro, Averroes y Alfonso X cuentan con mínimas callejas. Ni los grandes omeyas (Abderramán I, Abderramán III, Al Hakam II), ni lbn Hazm de Córdoba, ni Maimónides, ni Avicena, ni Al Mutamid, ni Ibn Quzman tienen calle. Por lo que se refiere a la época renacentista, ni Ausias March ni Fernando de Rojas, ni Fray Luis de Granada ni Joanot Martorell han contado con suficientes méritos como para dar nombre a ninguna de las miles de calles de Madrid. ¿Será que los concejales de cultura de turno han considerado que La Celestina y Tirant lo Blanch están anticuadas y no merecen codearse con las genialidades de la movida madrileña?
Ya en la época del liberalismo, se echa en falta la denominación Cortes de Cádiz. Tampoco tenemos una avenida o plaza de la Constitución. Sin embargo, es esta época donde se produce el mayor atentado contra nuestra memoria histórica. Don Juan Martín, El Empecinado, el primero entre los héroes de la Independencia, el protomártir de la libertad, cuenta con un mínimo callejón, a trasmano, que no hace sino perpetuar la ignominia de su muerte. Y esto en un país en el que, curiosamente, hoy todo el mundo se proclama liberal.
Ya que hablamos de la guerra de la Independencia, ahí va un desaguisado mayor: no hay calle para el libertador de España -el duque de Wellington-, ni para el general Moore, muerto en combate y enterrado en La Coruña.
Prosigarnos con otras ausencias clamorosas: Blanco White, Pi y Margall, Joan Maragall, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Blasco Ibáñez, Lluís Companys, Américo Castro, Ramón Carande...
Unamuno, emblemática figura intelectual de nuestro siglo XX, merecería un justo homenaje, aunque sólo fuera por aquella memorable mañana del 12 de octubre de 1936 en la que se enfrentó a la barbarie ("venceréis, pero no convenceréis..."). Pues bien, recientemente, los munícipes madrileños, en un alarde de mezquindad e incuria manifiestas, han titulado como Miguel de Unamuno una minúscula callejuela perdida en la zona este de Madrid. El sarcasmo es todavía mayor si pensamos que Millán Astray, su feroz oponente de aquel día, mantiene sus rótulos incólumes en una importante calle de La Latina.
Lo mismo sucede con Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza y patriarca de la pedagogía española, al que cicateramente se le ha atribuido una calle insignificante, que más que un homenaje parece un ajuste de cuentas.
Pero, ¿qué hay de la hispanidad? Aquí el vacío es aterrador. Por ejemplo, no hay calle para el padre del México moderno (Benito Juárez), ni para sus homólogos argentinos (Domingo Faustino Sarmiento e Hipólito Irigoyen); ni para Vasco de Gama, el otro Colón de la época de los descubrimientos.
No me resisto a terminar sin hacer una síntesis de las características que definen el callejero madrileño:
1. Se produce una insufrible militarización de nuestras calles, con un número desproporcionado de generales, coroneles, comandantes, capitanes y hasta clase de tropa.
2. Torpemente, se relega a zonas periféricas a nombres hasta hace poco excluidos por desidia u oscurantismo: Machado, Clarín, Rosalía de Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Pérez de Ayala, Valle Inclán, Emilia Pardo Bazán, Manuel Azaña... ¡Dante!
3. Nos edifica una omnipresente beatería, fuera de todo sentido de la medida, con centenares de santos, santas, vírgenes, mártires, frailes, sores, clero regular y todo tipo de advocaciones religiosas inimaginables.
4. Se produce un sesgo intolerable a favor del pensamiento reaccionario. Compárense las modestísimas calles de Larra o de Juan Valera con las de Menéndez Pelayo o Donoso Cortés. La calle dedicada a don Benito Pérez Galdós no es mayor que la de la eximia escritora... ¡Pilar Millán Astray!
5. Sigue pesando como una losa la herencia de sectarismo dejada por los vencedores de la guerra civil. Todos los generales franquistas se encuentran en el callejero, que, sin embargo, no encuentra un hueco para el general Vicente Rojo, el defensor de Madrid. Otro ejemplo: Gandhi, el profeta del siglo XX, se tiene que conformar con una bocacalle de Hermanos García Noblejas, arteria muy importante de Madrid, y cuyo único mérito -el de los tales hermanos- es, al parecer, haber sido falangistas y haber perecido durante la guerra (como 500.000 españoles más).
6. Se trata, en definitiva, de una toponimia producto de un casticismo de vía estrecha que desprecia cuanto ignora, cuando no por un nacional-catolicismo excluyente, cuyos efectos, apenas parcheados, seguimos sufriendo en silencio todos los madrileños.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.