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Muere en San Blas el guitarrista de Antonio Molina

Lorenzo Aparicio temía que lo mataran

Unas horas antes de morir, en la madrugada del pasado viernes, Lorenzo Aparicio, jerezano de 65 años, se pasó por el bar donde solía ir después de cenar y le dejó a la dueña del local un recorte de periódico con el relato de su vida de artista flamenco. El guitarrista, que acompañó al cantaor Antonio Molina durante varios años, dejó a los vecinos del barrio de San Blas sus recuerdos de la dura vida de artista y sus últimos temores.

Casi presintió su muerte. Le sobrevino de madrugada tras golpearse la cabeza contra el suelo, como consecuencia de un ataque epiléptico. Pero Aparicio en los últimos tiempos tenía miedo; sobre todo de su hijo de 17 años, al que recogió de la calle y dio su apellido cuando era un niño. El guitarrista ya no vivía en el piso de su propiedad de San Blas. Hace unos meses llegó a la casa, para quedarse, una de sus hijas, Cristina, separada y con cinco hijos, de los que ninguno levanta un metro del suelo.Francisco, Antonio e Isabel, amigos y vecinos del barrio, cuentan muy afectados que entre Cristina y el hijo adoptivo echaron a Aparicio de la casa entre paliza y paliza, e insinúan que pudieron darle el golpe que le mató. Pero Cristina niega estas duras acusaciones en el comedor de la casa, el día del entierro de su padre, vestida con un chándal y con gesto indiferente: "Estaba acabado, aunque él todavía se creía alguien por haber sido guitarrista hace años, pero lo que pasa es que no hacía más que beber". "Los que dicen esas tonterías beben tanto como él", dice sin alterarse.

El guitarrista jerezano vivía últimamente en la panificadora de un amigo, al que conoció en los lejanos tiempos de juergas flamencas en la capital. Allí le habían habilitado un cuartito, cuidaba del local y echaba una mano en lo que podía. Pero la semana pasada había decidido volver a dormir a su piso. Tere, la dueña del bar donde fue por última vez, cuenta con semblante triste cómo de vez en cuando Aparicio llegaba al bar y repartía entre los amigos bolsas llenas de colines.

Un cerrojo

Un día antes de morir, el guitarrista le pidió a Paco, el cerrajero del barrio, que le pusiera un pestillo en la puerta del cuarto donde dormía. "No me fío de mis hijos", le contó. El cerrojo nunca fue instalado, y Paco, el día del entierro, lo sostenía entre las manos medio llorando. "Cuando me dijeron que había muerto no pude evitar acordarme del miedo que sentía de sus hijos", explica. Aparicio llevaba habitualmente un hierro entre las manos. Por si acaso.

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Paco el cerrajero, Francisco, Tere la del bar, Antonio e Isabel lo eran todo para Aparicio. Lo admiraban por sus maneras educadas y por su pasado de artista. "Al entierro han asistido la mujer y algunos de los hijos de Antonio Molina. Y estaban más afectados que la familia", cuentan.

Aparicio llegó a Madrid con 21 años recién cumplidos y con ganas de hacer algo grande. Antes de dedicarse a la guitarra con mayor o menor fortuna, intentó ser torero: El Niño del Supremo era su nombre de guerra en los cosos taurinos. Con Antonio Molina grabó 50 discos, actuó en una película y también acompañó a Manolo Caracol, Rocío Jurado y El Lebrijano, entre otros. La página del periódico El Diario de Jerez titulada "Lorenzo Aparicio, el guitarrista que conoce Japón, Irlanda y Nueva York mejor que Jerez" colgará ahora en una pared del bar de Tere.

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