Las 32 horas de Michel Rocard
EN EL congreso celebrado en Le Bourget por el Partido Socialista francés (PS), el éxito de Michel Rocard, elegido secretario general con más del 80% de los votos, y lo que quizá es más significativo, con el apoyo de sus eventuales rivales Jospin y Fabius, ha sido terminante. A ello se ha agregado una comunicación de Mitterrand (dudoso hasta el último momento), con un llamamiento a la unidad socialista que coincide con el mensaje básico del nuevo secretario general. Basta recordar el clima de descomposición que predominaba entre los socialistas franceses a raíz de su derrota electoral para apreciar el valor del cambio que se ha operado, y que se debe en gran medida a la labor de Michel Rocard.Pero éste, antes de la prueba electoral, había lanzado un llamamiento audaz a la construcción de una nueva izquierda, dando casi por seguro que un partido socialista aplastado en las urnas se disgregaría. Fue el famoso big bang. Rocard ha actuado, pues, en un sentido contrario a lo que había propuesto. Seguramente porque no aparecieron fuerzas de izquierda susceptibles de ser incorporadas a un nuevo proyecto, mientras que dentro del Partido Socialista el desconcierto producido por la derrota facilitaba la superación de viejas divisiones y la aparición de un líder nuevo.
No obstante, sería demasiado simplista reducir la victoria de Rocard al reagrupamiento de las familias socialistas tradicionales. Este político, siempre imaginativo (el único dirigente nacional que en 1968 gozaba de la simpatía estudiantil), ha colocado en un lugar central, dentro de los textos aprobados en Le Bourget, una idea audaz, que Oskar Lafontaine no logró introducir, a causa de la resistencia sindical, en el programa de la socialdemocracia alemana: una fuerte reducción de la jornada de trabajo (32 horas en cuatro jornadas), combinada con una reducción de los ingresos, salvo para los salarios más bajos.
Es evidente que tal propuesta apunta a una profunda transformación del sistema social y a una verdadera revolución cultural. Defenderla desde la oposición es, sin duda, mucho más fácil que para un partido gobernante, pero tiene una carga renovadora para las mentalidades socialistas que puede abrir caminos originales para la izquierda. A la vez, en el tema europeo, Rocard se ha lanzado contra el europesimismo que arrastra a una parte del socialismo francés. Con una visión keynesiana de la construcción europea, preconiza un gran plan de obras públicas a escala de la Comunidad, una especie de New Deal, para combatir el paro. Lo cual supone, lógicamente, impulsar el avance hacia la Europa política.
Pero la hora de la verdad para Rocard no es un congreso ansioso por devolver a los socialistas una voz coherente en la escena francesa. Será la elección, en 1995, del presidente de la República que sustituya a Mitterrand. Rocard lo tiene difícil, como indican los sondeos de popularidad, en los que aparece muy por debajo de los líderes de la de recha. El congreso de Le Bourget ha proyectado un Encuentro por la Transformación Social, con la idea de buscar acuerdos con otras fuerzas de izquierda (radicalismo republicano, ecologismo, sindicatos, ex comunistas...), que puedan ser ganadas para una plataforma común. En ese plan no se ha bla de apertura hacia el centro, como Rocard siempre ha preconizado. Ello refleja quizá una coyuntura en la que los socialistas quieren reforzar sus ata ques contra el Gobierno de Balladur.
En todo caso, si el éxito de Rocard en la tarea de devolver al PS un mínimo de unidad interna es clarísimo, lo que queda rodeado de nubes es su capacidad, a partir del programa aprobado en Le Bourget, de construir una izquierda moderna susceptible de darle la victoria en la elección presidencial de 1995.
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