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LA CRISIS DEL AUTOMOVIL

"Esto es mentira"

Los obreros, dispuestos a salir a la calle

Àngels Piñol

"¡Falso, eso es mentira! Esta fábrica tardará en cerrar por los menos cuatro años". José, un obrero de Seat de 56 años, se resistía ayer a creer, frente a la puerta de la planta automovilista en la que ha trabajado toda su vida, que al cabo de dos horas la cúpula de Wolkswagen (VW) iba a proponer, desde una de las flamantes torres de la Villa Olímpica, la reducción de 9.000 empleos. Antonio, su compañero, se encoge de hombros y le da la razón: "Es que no sabemos nada, no nos informa nadie, ¿Por qué ahora nos lo vamos a creer?".

Desconcierto y tensión. Y cansancio también de ver tanto micro y tanta cámara que aguardan la salida masiva de empleados en las puertas de la planta. Esa presencia se acoge casi como un presagio de malas noticias, de la llegada de la espada de Damocles tan temida. Es mediodía y es la hora del relevo del turno. Un trabajador está sentado en la acera, esperando el autobús que le llevará a su casa: "Yo ni me lo creo, ni me lo dejo de creer. No me interesa, ni lo que diga Volkswagen ni vosotros", dice con acritud este hombre. Reconoce al final que está harto de la tensión de las últimas semanas.

Los nervios se han traducido en confusión, pero aquí no se amedrenta nadie. Todos coincidían ayer en una cosa: su disposición absoluta a salir a la calle a manifestarse cuando lluevan las temidas medidas. "¿Cómo no voy a protestar? Pues por supuesto que sí. Llevo aquí 25 años y saldré aunque sea con metralletas". Gerardo tiene 49 años, la peor edad porque le impedirá probablemente acogerse a la jubilación anticipada. "Con el paro que hay, ya me dirás quién me va a contratar", explica haciendo una mueca, aunque se apresura a aclarar: "De todas formas, yo he escuchado la radio y el ministro de Industria ha dicho esta mañana que no sabía nada del cierre".

Movilizaciones

Los turismos de los trabajadores salen como flechas por las puertas de acceso a la fábrica y se produce algún que otro pique entre conductores. Suenan bocinazos de reproche cuando un conductor se queda encandilado mirando una cámara. %Tengo que dar el nombre? Pues bueno, pon Antonio López". Y Antonio López, de 47 años, reconocía al menos que "la cosa está muy negra", pero que no había oído ni visto nada sobre el fatal anuncio. "Hoy no he ido a la asamblea. Confío en que nos manden a Martorell [la modernísima planta de Seat] porque no puedo creer que vayamos al paro".

Delfín Pérez, aragonés de 56 anos, prevé movilizaciones masivas, aunque él no lo tiene tan mal: confía en que le pille la prejubilación. Pocos metros más atrás se acerca Antonio Grana dos, un cordobés con cuatro hijos que repetía no saber nada o no querer saber. Pero de inmediato suelta una arenga: "Hay que movilizarse. Los alemanes nos han engañado. Los sindicatos decían que tenían que invertir no sé cuántos miles de millones y no lo han hecho".

Salen dos chicas, de unos 20 anos, que quieren escabullirse. Las dos tienen a sus padres en la planta y su número alto de matrícula les impidió ingresar en la fábrica de Martorell. "Nadie sabe nada. Me da la impresión de que ni los sindicatos están informados. Quizá mañana [por hoy]", apuntaron, "en la asamblea de CC OO, nos expliquen algo". Posiblemente no tuvieron que esperar tanto tiempo.

No había pancartas de protesta visibles desde fuera de la fábrica, pero las pintadas empiezan a ser profusas por las calles del barrio de los trabajadores de Seat, situado a un tiro de piedra de la planta y que la empresa construyó en los años cincuenta para dar cobijo a los inmigrantes que contrató. "Si esto se cierra, Barcelona entera se paraliza". Carlos Brull, de 23 años, un conductor de autobús que se despidió de su empresa porque no le pagaban, estaba convencido hacía días de que Volkswagen no podía reducir 9.000 empleos.

Crispación

No son sólo esos 9.000 puestos de traba o los que están en juego. Se calcula que unos 50.000 empleos indirectos, la mayoría de ellos en poblaciones del Baix Lobregat, dependen directamente de la producción de Seat. "Yo he trabajado como distribuidor y si hacía 15 repartos, 10 eran para empresas que trabajaban para Seat", decía resuelto mientras apuraba una cerveza en el casino del barrio de trabajadores de la Zona Franca. Los vendedores del mercado del barrio están convencidos de que deberán bajar las persianas cuando la planta cierre. Las penas nunca llegan solas. Encima, corren rumores de que ahora esos edificios sufren aluminosis, la maldita enfermedad del cemento.

"Yo te digo una cosa: mucha crisis, pero aquí no paramos de trabajar. Creo que nunca hemos producido tanto. Cada día sacamos 350 toledos nuevos", explica Juan, de 49 años, antes de tomar el autobús que le conducirá hasta su casa. Un dato que irrita especialmente a los obreros de esta planta: mientras ellos se ven en el Inem, en la factoría de Martorell, donde la empresa ha invertido 240.000 millones de pesetas, se matan a realizar horas extras. Muchos trabajan sábados y domingos y soportan jornadas de 12 horas diarias. Y otro dato más: los trabajadores critican hasta la saciedad la mala gestión de la dirección por pagar en marcos el material de producción. Los ánimos están caldeados.

Llegan ya los desaprensivos. Delante de la fábrica, hay una señal de tráfico de prohibido el paso. Y sobre ella, desde hace días, hay pegado un adhesivo, con una mínima referencia, que reza: "Rentabiliza tu tiempo libre con un negocio propio". "Es que necesitamos gente", dice el interlocutor, que sin el menor pudor propone ventas a domicilio que pueden proporcionar desde ninguna ganancia hasta sueldos millonarios al mes.

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