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Tribuna:LA MUJER Y LOS HORARIOS COMERCIALES
Tribuna
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¿Quién es la última?

DICE SUSAN FALUDI que soplan vientos en contra de la liberación de la mujer y qué se advierten en Estados Unidos campañas para hacer volver a las mujeres al hogar (La guerra no declarada contra la mujer moderna, Anagrama, 1993). Estas campañas de añoranza del pasado están llegando también a España, y un ejemplo de ello podría ser lo que se está diciendo estos días acerca de la posibilidad de restringir la libertad de horarios comerciales.Hay muchos argumentos económicos que están en la base de la defensa de la libertad de los horarios comerciales, que fueron los que llevaron a sucesivos Gobiernos socialistas a implantarla y luego a defenderla ante el Tribunal Constitucional. Pero a nosotras, ahora, nos interesa resaltar la importancia que esta liberalización tiene para la vida cotidiana de las mujeres que trabajan y, por tanto, para el objetivo económico irrenunciable de una sociedad moderna de aprovechar el capital humano de hombres y mujeres.

Ahora queremos hablar de la vida diaria de la mujer trabajadora, de sus responsabilidades familiares y de cómo éstas se han facilitado con la amplitud y diversificación de los horarios comerciales que se ha producido en estos años gracias a la liberalización de los mismos.

Tradicionalmente, ha sido la mujer la encargada de comprar todo aquello que la familia necesita para el mantenimiento del hogar. La compra diaria o la compra semanal se compatibiliza mejor con los horarios laborales cuando las tiendas abren más horas y cuando algunas de ellas ofrecen horarios inusuales que se intercalan mejor en las actividades diarias. No sólo eso; si una mujer ha de comprar la comida al volver del trabajo, agradece tener cerca de su casa tiendas abiertas a horas tardías, pero, sobre todo, ve con interés los comercios que abren durante el fin de semana.

La libertad de horarios comerciales ha permitido mejorar el bienestar de las mujeres trabajadoras. Con ser ello importante, no lo es todo. La libertad de horarios permite también cambiar la estructura del reparto de las tareas domésticas al incorporar a los varones a una de ellas: la compra.

Cuando los horarios eran rígidos y coincidían exactamente con la mayoría de los horarios laborales era muy difícil para un trabajador acudir a las tiendas. Lo cuenta con mucha gracia Julio Camba. Ello se compaginaba en el pasado con que la mayoría de las familias contaban con una mujer, generalmente la esposa y madre, que dedicaba todo su tiempo al hogar y se encargaba en exclusiva de los trabajos domésticos, entre ellos el de ir a la compra.

Cuando las mujeres casadas se incorporan al trabajo remunerado pretenden que sus cónyuges ayuden en algunas de las tareas domésticas, y encuentran grandes resistencias a ello. Resistencias apoyadas en la tradición, en la costumbre y en los horarios incompatibles.

Actualmente, gracias a la diversificación de horarios comerciales, se hace posible para los miembros de muchas parejas acudir juntos a hacer la compra semanal. Compartir la carga de todo lo que una familia necesita, conocer los precios y las necesidades de alimentación incorpora a los hombres a buena parte del trabajo doméstico y supone una ayuda enorme para las mujeres. Actualmente, un hombre ya no es un bicho raro en un supermercado, ya no vuelve a casa abochornado por cargar con bolsas de plástico llenas de fruta o verdura, y no tiene que aguantar la inevitable pregunta que escuchaban los que se aventuraban a ir al mercado en los años setenta: "¿Quién es la última?

Las estructuras familiares están cambiando, y lo hacen lentamente, adaptándose poco a poco a las nuevas realidades sociales. El reparto de las tareas domésticas es todavía muy desigual entre los matrimonios españoles, pero se advierte la evolución hacia un mayor equilibrio, tomando las mujeres mayor participación en el trabajo remunerado y, por tanto, en el mantenimiento económico de la familia, y tomando los hombres, sobre todo los más jóvenes, mayores responsabilidades en los trabajos domésticos y familiares. El tiempo es muy importante en la vida moderna, y las encuestas señalan que las mujeres ocupan un número mucho mayor de horas que los varones en la realización de tareas domésticas. Todo lo que sea facilitar que los varones participen de estas ocupaciones supone fomentar estructuras familiares más igualitarias y menos tradicionales. Supone, además de una ayuda enorme para las mujeres, la integración de los hombres en el ámbito privado, lo que, sin duda, mejora el equilibrio social.

La compra en domingo favorece enormemente a las mujeres trabajadoras. Para unas, porque les permite hacerla más descansadamente o compartirla con el marido; para otras, porque el marido la hace por sí solo mientras la mujer se ocupa de otras tareas. De este modo, la diversificación de los horarios, más tardíos, de mediodía o de fin de semana, permite a las unidades familiares adaptar mejor sus tareas y sus momentos de descanso, repartir sus tiempos de trabajo y de ocio, e incluso incorporar a los varones a algunas de las actividades que anteriormente rechazaban con una cierta coartada. Los consumidores modernos se adaptarían mal a una vuelta al pasado. Sobre todo para las mujeres, sería una mala pasada. ¿Qué se podía comprar un domingo de hace diez años en una ciudad española? Alcohol, flores y pasteles. Con eso no se solucionan las necesidades familiares; había que esperar al lunes para tener carne, verduras o papel higiénico.

Lo asombroso es que algunos políticos no hayan advertido lo importante que es la libertad de horarios comerciales para las familias. Seguramente es porque la mayoría de ellos son hombres casados con una mujer que hace la compra, o porque tienen los recursos suficientes para tener en su casa una mujer que se ocupa de la compra. Por ello, sería intolerable que se hiciera caso de los nostálgicos del pasado que, a propósito o sin advertirlo, quieren ver de nuevo a todas las mujeres en la casa, preparadas para comprar en horarios predeterminados. Todo regulado y estable. Si se regulan y reducen los horarios comerciales se frenaría la evolución de las relaciones internas en muchas familias. Se reduciría la posibilidad de que muchos hombres participen en una serie de tareas domésticas, y con ello el bienestar de la mujeres trabajadoras.

El Estado no debería meterse a restringir las oportunidades que las familias en las que trabajan todos los adultos tienen de diversificar sus tiempos y sus tareas domésticas. Sería dar marcha atrás en una evolución interesante y positiva que se está produciendo espontáneamente en las familias españolas.

Puestos a hacer prohibiciones que nos acerquen al pasado, ¿por qué no volver a un día de la semana sin periódico y a la increíble Hoja del Lunes? Algún beneficio tendría para alguien, aunque fastidiara a muchos. Para tomar estas decisiones no son necesarios muchos estudios ni encuestas. ¿Qué mejor encuesta que la venta diaria de los periódicos o la festiva aglomeración de los hipermercados en domingo?.

Ana María Ruiz Tagle es abogada, dirigente del PSOE, y fue diputada y senadora. Suscriben este escrito: Milagros Candela, Duca Aranguren, Carmen Martínez Ten, Carlota Bustelo, Elena Arnedo, Paulina Beato, Elena Salgado, Mercedes Rico, Concha Jiménez, Gladis Mendoza, Paloma Saavedra, Lucía Ruano, Azucena Criado, Inés Alberdi, Rosa Escapa y Elisa Veiga.

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