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Restaurante

A riesgo de parecer un ignorante, el cliente intentaba retener a la camarera el mayor tiempo posible formulándole todo tipo de preguntas: "Señorita, ¿podría decirme qué son los calamares?". "Pues son, cómo le diría yo, como cangrejos de río, paro más blandos", respondió la camarera. "Eso es lo malo, que no nos atrevemos a mostrarnos como en realidad somos, por no defraudar a la afición", comentó el cliente."No debe usted generalizar; yo, por ejemplo, gano mucho en pelotas", afirmó la camarera. Aquella inesperada sinceridad produjo una arritmia en el maltrecho corazón del cliente, que preguntó con un hilo de voz: "¿Quién se lo ha dicho?". "Lo he deducido yo. El otro día me llevé a casa a un señor que siempre protesta por la comida, y, sólo porque se me antojó, se comió mi zapato", explicó.

"Pues sí que es verdad. Y eso que normalmente sucede al revés. Uno se pone el uniforme para imponer autoridad, pero en su caso se ve que es al quitárselo cuando desaparece toda barrera entre su voluntad y la resistencia de los demás", afirmó sorprendido el cliente. "Tráigame los calamares, y después ya veremos, porque yo vengo dispuesto a comerme el zapato que dejó el otro, y hasta el bolso". "¿Sabe lo que va a querer después?", preguntó la camarera. "Depende, ¿lleva llaves en el bolso?", preguntó el cliente. "Me refiero después de los calamares, porque son pequeñitos, como las patitas de las escalopendras". "No se preocupe, no tengo apetito, sólo deseo un poco de comprensión y mucha juerga", comentó el cliente. Tras unos instantes que a él le parecieron eternos, la camarera dejó un plato sobre la mesa y dijo: "Aquí tiene, berberechos rellenos de alcaparras a la albahaca". "Perdone, pero yo he pedido calamares y, además, esto es un restaurante manchego", cuestionó el cliente. "Es que son berberechos de trilla", comentó la camarera. "Pues no es temporada", respondió el cliente, "aunque sólo por amor a usted me comeré el plato". "No se lo aconsejo, es refractario. Un somalí se comió uno pensando que era guirlache y estuvo estreñidito hasta el otro martes". "¡Vaya piños!", exclamó el cliente. "Dígamelo a mí, que tengo la región glútea como la piel de las chirimoyas", dijo ella.

Al escuchar la palabra chirimoya, el cliente hizo una asociación freudiana inesperada y cayó fulminado víctima de un ataque al corazón. La camarera maldecía la suerte del cliente, porque ya eran varios los que habían muerto allí de un repente y Sanidad estaba bastante mosca. Los funcionarios no podían sospechar el grado de deterioro de la salud mental del pueblo.

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