"Madrid es a veces insoportablemente viva"
Adolfo Marsillach es un barcelonés que desde hace 45 años vive en Madrid. Ahora lo hace en la calle de Ferraz, acude a trabajar como director del Teatro Nacional Clásico, en la plaza de Santa Ana, en metro o caminando, cena o almuerza en los restaurantes de alrededor y es, por tanto, más que el habitante de una gran ciudad, el convecino habitual de un barrio muy manejable. Esta conversación, sin embargo, se desarrolló en el avión de un puente Madrid-Barcelona, lo que acentúa el carácter cosmopolita de este barcelonés trasplantado.Pregunta. ¿Qué les ha hecho el puente aéreo a las dos ciudades?
Respuesta. El puente aéreo ha transformado las relaciones entre Madrid y Barcelona. Las ha aproximado en tiempo y espacio y, por otra parte, les ha quitado el encanto que tenía el viaje. Los amigos madrileños que tenía abrigaban la sensación de que yendo en tren a Barcelona se aproximaban a Europa, y los catalanes tenían la certeza de estar acercándose por el mismo medio a la meseta. Ahora el viaje es funcional, como si uno viviera en un autobús urbano. El puente aéreo les ha quitado misterio a las dos ciudades. Una de las gracias de hacer el viaje en coche es que era todo tan detenido que hasta tenías que quedarte a dormir en Zaragoza.
P. ¿Qué diferencia ahora a Madrid de Barcelona?
R. Yo creo que Barcelona es una ciudad más serena, mejor pensada en su urbanismo, mucho mejor estructurada. Es más hermosa que Madrid, pero Madrid tiene, en cambio, un caos que a mí me parece fascinante. Es una ciudad más viva, a veces, insoportablemente viva. Y luego, como todas las ciudades de aluvión, tiene una gran virtud: Madrid no le pregunta a nadie de dónde es. Casi todo lo bueno y casi todo lo malo de Madrid lo hemos hecho los que somos de fuera.
P. Y ahora, después de 45 años trasplantado de Barcelona a Madrid, ¿de dónde es usted?
R. Yo creo que soy de Madrid con una profunda raíz catalana. Hasta ahora, no sé más adelante, las consecuencias son buenas, porque me permite estar cómodo en las dos ciudades Siempre hay energúmenos, claro. Recuerdo que en la etapa última del franquismo iba un día por Barquillo, donde había una sede de la ultraderecha y unos individuos me reconocieron y me empezaron a insultar. Cuando ya agotaron todos los adjetivos descalificadores, uno gritó en el colmo de la irritación: "¡Catalán!". Y también a la inversa; de repente, en Barcelona hay gente que me reprocha hablar mejor castellano que catalán. Son casos aislados.
P. Félix de Azúa dijo a principios de los ochenta que Barcelona era como un Titanic, y después Vargas Llosa advirtió sobre su progresiva provincialización. ¿Usted cree que Madrid es ahora también como el Titanic?
R. Sí. Madrid es hoy menos atractiva de lo que fue en los ochenta, del mismo modo que Barcelona es menos apasionante que en los sesenta o setenta.
P. ¿Afecta al mundo teatral?
R. Yo no lo siento. Es verdad que el mundo teatral en Madrid es un mundo nada sujeto a esas variaciones sociológicas. El teatro no se modifica por que haya menos terrazas veraniegas en Madrid. En absoluto. Nosotros vivimos en una permanente movida interior. Es una profesión sobresaltada por su propia definición. Otra cosa es que la gente se haya alejado del teatro. Lleva siglos haciéndolo por distintas circunstancias. ¿Por qué nace el género chico? Como consecuencia de la crisis teatral: la gente no iba a los espectáculos, así que unos profesionales inventan el teatro por horas. No hay que temer tanto a las crisis: generan reacciones positivas.
P. Usted vive por un barrio que llaman peligroso. ¿Lo siente así?
R. Nunca me ha pasado nada. Y no creo que los atracadores me respeten de una manera especial. Me consideran todos del barrio y yo me considero de ahí: no hay nada que temer.
P. ¿Del Barça o del Madrid?
R. De ninguno de los dos; del Español. Lo fui en mi niñez. Me desinteresé del fútbol en cuanto descubrí que no se trataba de meter goles, sino de evitar que te los metieran. Como en los toros: dejé de interesarme cuando los toreros empezaron a dar todos, siempre, los mismos pases.
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