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Reportaje:

Agentes sin compromiso

Las primeras mujeres policía debían ser solteras y llevar falda

o 1970. A. los hombres les tentaba tan poco el uniforme de policía municipal que a la última oposición sólo se había presentado un candidato. Con 1.200 vacantes en plantilla y tan poco éxito en las convocatorias, los responsables municipales decidieron probar fortuna con el bello sexo. La mujer tenia prohibida por ley la entrada en los cuerpos armados, y el entonces delegado de Seguridad y Policía Municipal, Fernando Fanlo, no las tenía todas consigo cuando dio la noticia a los informadores: "Con esto no se puede frivolear, que es una cosa muy seria", les advirtió De aquello hace 23 años.María Dolores Dodero, que tenía 21 años y estudiaba Ciencias Políticas y Económicas, decidió presentarse a la oposición. Fue una de las 53 primeras mujeres policía. "Siempre he sido muy activa, y aquello me pareció un trabajo original, diferente.

Entonces eché la instancia, por si acaso, aunque, en realidad, no pensaba quedarme definitivamente". Superó las pruebas a pesar de las críticas de su familia, temerosa de que colgara los estudios para siempre.

Tampoco le importó el celibato exigido a las aspirantes. La soltería era un requisito indis-

Pensable, y el matrimonio suponía el paro forzoso. "¿Hay quien pueda imaginarse a una policía embarazada?", se preguntaba un periodista para justificar la aversión municipal hacia las casadas.

La prohibición duró apenas dos años, y en

1974 María Dolores, ya policía, se casó con un ingeniero. Rota la norma, las gestantes empezaron a ser un problema. "Como no las podían poner a regular el tráfico, y teníamos prohibido el paso a las unidades armadas, hacían pasillo".

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Hoy la primera mujer policía ya es oficial. Está al frente de dos áreas del Centro de Formación y Estudios de la Policía. No se arrepiente de nada, ni tan siquiera de haber confirmado los temores de su familia: colgó la carrera en cuarto.

Cuando el delegado Fanlo anunció la incorporación de mujeres a la policía saltó una duda: "¿Llevarán falda o pantalón?", preguntaron los informadores. Los responsables municipales, que no habían reparado en esto, contaron a partir de entonces con la inestimable ayuda de algunos columnistas, temerosos deque la igualdad comenzara por los pantalones. "Con ello", escribía uno en Ya, "se confirmaría desde un área oficial y administrativa la progresiva tendencia a esa horrorosa moda denominada unisex". Mientras que el uso de la falda "constituiría una señal de respeto por la lógica participación de la mujer en las tareas que han estado reservadas exclusivamente a los hombres".

La incógnita se despejaría meses más tarde, cuando las 53 seleccionadas en la oposición comenzaron las clases en la Academia de Policía. "Guerrera con cuatro bolsillos grandotes, polainas, guantes, corbata, insignia y bolso colgado al hombro. ¡Ah! Y falda cortísima, desde luego". El uniforme era de lo más favorecedor, a juzgar por el piropo de un reportero de El Correo Español: "¡Están monísimas!".

Tráfico y educación moral

En la academia, además de movimientos para la regulación del tráfico, cortesía o educación moral, "los mandos militares, que entonces existían, nos dieron una formación pensada para nosotras". Había que ensefiarles lo que los hombres aprenden en la mili, según contaba el delegado de Seguridad. "Eso fue lo más duro", recuerda María Dolores, acostumbrarte a la disciplina y a la jerarquía".

"Discriminación salarial nunca hubo", reconoce María Dolores, quien entró cobrando las mismas 7.404 pesetas que sus compañeros varones, pero el respeto de sus colegas hubo de ganárselo a pulso. "Al principio nos rechazaban porque creían que no íbamos a dar la talla".

En la calle era peor. Para su estreno (1972) eligieron una zona emblemática: los bulevares y Colón. "También lo hicieron para que se nos viera más". Ella era suboficial, pero sufrió como sus subordinadas las mofas de peatones y automovilistas. "A veces, cuando firmabas una denuncia, te daban las gracias por el autógrafo. Por eso teníamos que ser más duras".

Aunque la plena equiparación no llegaría hasta 1980, al año nadie dudaba ya de sus aptitudes. "Tuvimos que demostrarles que valíamos, pero pronto empezamos a recoger elogios".

Al cabo de 20 años de servicio, aún confiesa que su trabajo: "Es como un veneno que me llena cada vez más". En su casa, sus tres hijas no parecen decididas a emularla. A la mayor, estudiante de sociología, "le gusta mucho la policía, pero desde un punto de vista científico".

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