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'Arrepentidos' en el purgatorio

Portabales y Fernández Padin sufren las consecuencias de haberse convertido en acusadores de los 'narcos'

Ricardo Portabales vive su particular purgatorio desde hace tres semanas en la Casa de Campo madrileña. Cuando el 22 de agosto de 1989 tomó la resolución de colaborar y contarle al juez Luciano Varela, de Pontevedra, todo lo que sabía de las redes del narcotráfico gallego, a las que él mismo había pertenecido, intuía que le esperaba una dura penitencia. Pero quizás no se dio cuenta del alcance de su decisión: años de clandestinidad, amenazas, tener que ir a todas partes escoltado por policías, el rechazo de quienes hasta entonces habían sido sus amigos... Y, sin embargo, al final del purgatorio no le espera la paz, sino la zozobra: ¿Habrá algún lugar en el mundo donde pueda evitar las temibles represalias de aquellos a los que traicionó?

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Portabales no es el único que vive esta dura prueba. Le acompaña Manuel Fernández Padín, otro arrepentido cuya declaración puede suponer largos años de condena para los integrantes del clan de los Charlines. Fernández Padín, un hombre alto, de pelo rizado con pronunciadas entradas, también se ve obligado a llevar protección, pero su actitud menos beligerante hacia sus ex jefes le permite tener una situación relativamente más cómoda. Los abogados de los procesados intentaron restar valor a su testimonio, al retratarle como alguien desquiciado por su antigua afición a todo tipo de drogas y alucinógenos.

Vestido siempre de traje, con el rostro cansado, los ojos ocultos por unas grandes gafas oscuras, densa barba poblada de canas, Portabales ha lanzado el dedo acusador contra el naviero Celso Barreiros, el miembro de la jet set Carlos Goyanes y todos sus presuntos antiguos compañeros del narcotráfico. Él, a su vez, ha sido interrogado de forma implacable por los abogados del casi medio centenar de encausados. Entre ellos hay letrados de campanillas como Manuel Cobo del Rosal, Gonzalo Rodríguez Mourullo, Manuel Tuero, Marcos García Montes o Gustavo López-Mufloz.

Acusaciones con alfileres

El arrepentido se ha reafirmado en sus imputaciones contra Goyanes y Barreiros, aunque cuando lo hizo dio la sensación de tener cogidas con alfileres las acusaciones contra ambos personajes. El presidente del tribunal, Francisco Castro Meije, declaró además improcedentes las preguntas que el abogado de Portabales, Manuel Álvarez de Mon, pretendió realizar al naviero para tratar de demostrar que la empresa constituida por él en Panamá no sólo se dedicaba a la pesca del camarón cabezón. "Yo pretendía demostrar que Promarsa era una tapadera", se quejó el letrado al concluir una de las sesiones del juicio.

Cuando Barreiros se levantó del banquillo donde prestó declaración para dirigirse a ocupar su lugar entre los demás procesados, sonrió y lanzó un guiño de satisfacción a los familiares que presenciaban el juicio entre el público.

Portabales ha dado muestras de saber mucho mejor de qué está hablando cuando se refiere a su ex jefe José Paz Carballo, Albino Paz o Franki Martínez Sanmillán. Describió cómo eran sus perros, cómo eran sus casas, cuáles eran sus coches, las estratagemas que usaban para burlar la vigilancia de la Guardia Civil, dónde escondían los alijos... y hasta habló de sus correrías nocturnas, sin poder ocultar un punto de nostalgia. Eran otros tiempos.

José Paz "no es un mal muchacho", "Franki era un emprendedor", José Manuel Padín "es un pesetero" y otros de sus antiguos socios eran unos "currantes", en opinión del principal testigo de cargo en el macroproceso instruido por el juez Baltasar Garzón, actualmente delegado del Plan Nacional sobre Drogas.

Portabales reveló cómo escondía la droga Paz Carballo, que escuchaba a sus espaldas, boquiabierto, desde el primer banco de los acusados. "Metía la droga en un doble fondo del piso del camión. Luego echaba paja encima y se metían carneros que hacían sus necesidades o se morían de hambre, ya que había veces que los pobres animales se pasaban así seis o siete días. Si venía la policía, los perros antidroga no podían oler la mercancía", relató.

Albino Paz y Franki Martínez Sanmillán -un vendedor de colonias y de plásticos para envasar pescados- eran quienes se encargaban de bajar al moro, es decir, de hacer los contactos con los marroquíes que les suministraban el hachís, según el principal arrepentido.

Portabales narró también un plan "muy bonito" ideado por Franki. Y al contarlo ante el tribunal no pudo ocultar cierta simpatía hacia el personaje ni una irreprimible atracción por lo que podía haber sido un buen negocio. El proyecto del presunto traficante consistía en emplear un barco de 50 toneladas de forma similar a como lo hacen los grandes contrabandistas de tabaco: cargarlo de hachís y mantenerlo fuera de aguas jurisdiccionales españolas mientras que unas lanchas enviadas desde tierra se dedican a recoger la mercancía.

Loira, la playa de Chancelas, Caleiro, Bueu, la isla de Ons y otros muchos recovecos de la accidentada costa gallega estaban plagados de escondites para la droga, mientras que a los guardias civiles les sobornaban con 1.000 pesetas por cada caja de tabaco que llegaba a tierra. "Se les engañaba diciéndoles que se iba a echar tabaco, pero luego se metía droga", según explica el arrepentido.

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