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La fusión entre lo grande y lo pequeño

Juan José Millás

Cuando un suplemento se convierte en un periódico es como cuando la sanidad pública decide hacerse cargo de los problemas dentales de la población. Se trata de una enfermedad al revés, o sea, de un bulto que crece para bien y al que debemos desear abundantes metástasis, y perdón por la imagen, pero, aparte de mi temperamento enfermizo, es que estoy leyendo un libro de Solzhenitsin sobre el tema. Lo he dicho muchas veces: el periódico es una representación de la realidad, porque la realidad no puede meterse en la cabeza directamente, como una croqueta en la boca, por más que la masa de la realidad se parezca a la de la croqueta, sino que nos llega a través de sus intermediarios simbólicos. El periódico es un intermediario simbólico de la realidad: nos la sirve en bandeja, como deben servirse las croquetas, astutamente jerarquizada y parcelada: realidad internacional, nacional, sociedad, cultura, espectáculos, cartas al director, esquelas, anuncios por palabras, etcétera.Sin embargo, hay quien con esa representación de la realidad tan bien articulada se hace su propio periódico; o sea, que negándose a seguir las flechas que le conducen de lo importante a lo accesorio, establece su propio recorrido, como un buen turista que, antes de visitar las zonas monumentales que figuran en las guías, se interna por las calles y barrios de la ciudad extranjera buscando una sustancia de lo real que no está dentro de los museos. Hay mucha gente así, yo mismo, o sea, personas que cogen el periódico y empiezan a leerlo por la periferia, porque también la periferia de la realidad está llena de significados que explican el mundo mucho mejor que un editorial. Por eso hay quien antes de llegar al editorial, o al conflicto entre abjazos y georgianos, que no les suena, lee las cartas al director, los anuncios por palabras, las farmacias de guardia, o, en fin, la lista de los fallecidos ayer en Madrid, por si le sacan.

Quiero decir que hay muchos lectores, yo mismo, que con las uñas y los pelos y los callos y el bigote de la realidad se hacen una realidad abarcable, comprensible, de dimensiones humanas, en fin, y ello no quiere decir que por eso vayan a comprender menos el mundo que los que tienen una opinión formada sobre la universalización de la atención médica en EE UU, pongo por caso. A veces, un humilde anuncio, como aquel que dice "cambio colección de marchas militares por algo", posee más capacidad de representación del mundo que un sesudo análisis sociológico, porque ese señor que cambia cualquier cosa por algo me parece a mí que lo que quiere es que le llamen, que no le llama nadie, como a mí, y está más solo que la una, y eso a mí me dice mucho más del mundo en que vivimos que un ensayo sobre las condiciones de vida en las grandes ciudades. El otro día mismo he leído en este suplemento, perdón, periódico, que habían detenido a un sujeto por robar en una sex shop una vagina artificial, que llevaba incorporado un ano látex vibrador. Y, claro, yo creo que a un tipo así no hay que detenerle, sino darle cariño, que debe estar más abandonado que una croqueta fría en la presentación de un libro.

O sea, que este periódico que ha ido creciendo como un hijo en las entrañas de EL PAÍS, y al que dimos felizmente a luz la semana pasada, viene a ser como el reconocimiento de que lo local es tan importante como lo general. Se trata, en fin, de la fusión entre lo grande y lo pequeño, que es en lo que trabaja la ciencia contemporánea, que ha descubierto que si comprendes el comportamiento de un átomo, puedes enfrentarte sin problemas a la comprensión del universo. Enhorabuena.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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