"El agua hervía nada más salir de la manguera"
Miguel Sánchez Botija es un bombero esforzado y valiente. Su posición en la dotación de hombres que entró en la discoteca Alcalá 20 es la denominada número uno: el más experto del equipo y el que más se arriesga. El uno y el dos son los hombres que atacan el fuego. Por ello, Miguel, que ahora tiene 57 años, cogió la manguera y bajó' las escaleras de la discoteca. Pasó uno de los peores ratos de su vida cuando, después de aquella escalera, del calor insoportable, se topó con un montón de cuerpos en el guardarropa de Alcalá 20.Pero antes, al llegar a la calle de Alcalá, su atención se fijó en una especie de respiradero en la acera: "Había gente allí sujeta a los hierros pidiendo socorro. Gritaban 'auxilio, auxilio'. Cogimos la radial [una máquina eléctrica para cortar el hierro] y empezamos a sacarlos de allí".
Al entrar notaron un calor intensísimo que subía de la discoteca: "Lanzábamos el agua y nos volvía hirviendo", explica.
La estrecha escalera hacía las veces de tiro para la infernal chimenea en que se había convertido el sótano, donde ya peleaban otros bomberos que habían entrado por la calle trasera de Alcalá 20. "Había que avanzar echándose agua encima, para refrescarse", rememora el bombero, "pero lo peor fue llegar al ropero y ver aquella gente muerta, 30 o 40 en un montón. Aquel cuadro no se me había dado nunca. Unos se habían quedado mirando hacia el techo, otros boca abajo".
La mayoría de los clientes huyeron en busca de la salida principal, pero otros se apiñaron a la altura del guardarropa, situado en la entreplanta de la discoteca, junto a unos servicios. De allí partía una escalera que conducía a la salida de emergencia de la calle de Alcalá.
La otra posibilidad de escapar, una puerta detrás del escenario, no sirvió de mucho. Justo allí fue donde comenzaron las llamas, y sólo fue el escape de algunos artistas y camareros antes de que quedase oculta tras una cortina ígnea.
Para avanzar había que pisar con cuidado, para evitar los cadáveres. Algunos clientes murieron tras quedar sepultados bajo otros cuerpos. Dentro de la discoteca no se veía prácticamente nada a causa del humo. "Luego ya se pudo dar la luz", dice Miguel. Hubo un momento en que se le cayó el casco. Sólo bastaron unos instantes para que el calor le llenase de ampollas la cabeza.
Llegaron bomberos de todos los sitios y el fuego fue dominado pronto, pero luego hubo que sacar los cadáveres, revisar todos los escombros humeantes...
Miguel volvió a su casa de La Elipa por la mañana. Salió de la discoteca empapado. Había vivido el peor fuego de su vida. Algo le quedó de aquello. "Cuando voy a un cine o a un teatro, lo primero que miro es dónde está la puerta. Y cuando me acuesto apago las luces y desconecto todo. El frigorífico no lo desenchufo porque de vez en cuando hay comida".
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