"¡Todo el poder a los 'sóviets'!"
Miles de moscovitas rompen el cerco de la Casa Blanca al grito revolucionario de 1917
"¡Hurra!", clamó la multitud. "Todo el poder a los sóviets", repetían una y otra vez. Eran las 15.40 y las primeras filas de manifestantes acababan de romper la barrera de camiones, alambres de espinos y policías que separaba la Casa Blanca del resto de Moscú. "¡Rutskói, presidente!", gritaban, al tiempo que el héroe de Afganistán, con la cara enrojecida, saludaba a la multitud. Apenas 10 minutos antes, varias ráfagas de metralleta, ya ante la Casa Blanca, habían hecho temer una matanza. Todos los alrededores de la Casa Blanca fueron escenario de una batalla entre simpatizantes del Parlamento y policías.
Y un policía joven, con la crispación en el rostro, había sacado su pistola reglamentaria y disparado contra unos manifestantes que le llamaban fascista. A uno le alcanzó en la barbilla y el pecho y a otro en la cabeza. Fueron probablemente los últimos heridos graves de la imparable marcha hacia la Casa Blanca. Del inicio de la segunda revolución de los sóviets.En sólo una hora y cinco minutos, un grupo de manifestantes decididos a todo, seguidos de varias decenas de millares de ciudadanos de todas las edades, habían recorrido una distancia de unos tres kilómetros a ritmo frenético, a la carrera en muchos tramos. Fue una marcha incontenible que superó con increíble facilidad una barrera policial tras otra y dejó sobre las calles decenas de heridos. "La banda de Yeltsin, al banquillo", gritaba la multitud, cada vez con más fuerza a medida que avanzaba y se percataba de que estaba ganando esta batalla.
Todo empezó sobre las dos y media de la tarde. La gente, con banderas rojas comunistas y alguna que otra tricolor zarista, se había ido concentrando ante la gran estatua de Lenin que Yeltsin inauguró en 1987, cuando era el jefe del partido en Moscú. En ese punto el despliegue policial era espectacular, pero a todas luces poco efectivo.
La cabeza arrancó con fuerza desde el principio. Por las rampas de acceso bajó al anillo de circunvalación. Al fondo, a unos trescientos metros, a la entrada del puente de Crimea, el reflejo del sol revelaba que allí había una hilera de policías con sus escudos de acero brillante. Esta bella imagen recordaba la batalla de los rusos contra los teutones escenificada por Serguéi Eisenstein y vaticinaba que iba a haber pelea.
"Yeltsin, hijo de puta", gritaba alguna. que otra anciana. "Todo el poder a los sóviets", reclamaban aún con cierta timidez todos. Los gritos de "iRutskói presidente!", apenas se oían a esas alturas. En un cuarto de hora la cabeza de la manifestación se plantó ante los policías antidisturbios. Golpeando con barras de hierro, los primeros manifestantes atacaron con tal furor que las cuatro filas de policías se quebraron sin apenas resistencia.
"¡Hurra!", gritaron los de delante. "¡Hurra!", fueron repitiendo como un eco los que venían detrás. Algunos escudos y cascos volaban por los aires, hacia las aguas del río. Muchos más pasaron a poder de los activistas, mientras que los policías quedaban indefensos, como tortugas sin coraza. Los manifestantes empezaron a ver que podían cumplir el objetivo de llegar a la Casa Blanca, con el que no contaba ni siquiera Ilia Konstantinov, uno de los líderes de la marcha, que se quedó rezagado y desbordado por el avance espontáneo de la multitud.
Jóvenes con garrotes
Algunos jóvenes se dedicaron entonces a arrancar maderas de unas vallas y salieron corriendo con sus contundentes garrotes. El paso empezó a acelerarse, incluso las viejecitas corrían. Poco después de haber pasado el edificio de prensa del Ministerio de Exteriores, una segunda barrera policial cayó con más facilidad si cabe que la anterior.
La cabeza siguió adelante a la carrera. Detrás quedaban policías y civiles heridos, que eran atendidos a veces por mujeres mayores provistas de botellitas de alcohol yodado. Los vidrios de algunos quioscos de bebidas, para alguna gente símbolos del incipiente capitalismo ruso, aparecían destrozados.
La barrera situada frente al Ministerio de Asuntos Exteriores estaba formada por policías, camiones y un coche de bomberos. La policía lanzó gases lacrimógenos. La gente se tapó la boca con pañuelos, pero siguió avanzando. Los de cabeza, cada vez mejor pertrechados, destrozaron los vidrios de los camiones y dieron cuenta de los policías. La pelea fue también rápida. Un bombero quedó atrapado bajo su camión, malherido. Un grupo de manifestantes lo rescató.
A pocos metros, dos policías jovencísimos lloraban tras un quiosco. Recibían insultos, pero una mujer se interpuso entre ellos y el energúmeno que se disponía a atacarlos. Más gases lacrimógenos. "¡Son sionistas!", gritó un hombre mayor al caerle el bote al lado.
La vanguardia avanzaba a toda velocidad. La siguiente barricada la superó de manera tan contundente que dejó atrás un camión lleno de policías, que con sus escudos se protegían como podían de las pedradas y los palos que trataban de darles a través de las ventanas los que llegaron a continuación. Ahí ya, los manifestantes no sólo hicieron más acopio de escudos, sino que se apoderaron de dos camiones. Al dejar el anillo y subir la rampa que da a la calle Nueva Arbat, a muy escasos metros ya de la Casa Blanca, resonaban los gritos de "¡Adelante!". En la acera, un BMW con las ventanas rotas.
La vanguardia estaba ya ante la barrera de alambre de espinos y camiones amarillos y rojos que rodeaba la Casa Blanca desde el martes. En un segundo plano, una fila de policías. Más agentes bajo la rampa de acceso al edificio del Ayuntamiento y más aún protegiendo el puente situado. ante el hotel Ucrania. Los manifestantes
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"¡Todo el poder a los 'soviets'!"
Viene de la página anteriorincitaban a los policías a que se retiraran. "Iros a casa", decían.
Un grupo trató de sobrepasar el alambre de espino, pero se retiró al sonar unas ráfagas de metralleta. En esos momentos de desconcierto, un joven policía de poco más de 20 años, con la cara desencajada, no soportó los gritos de fascista que le lanzaban, extendió el brazo y disparó contra la multitud desde la rampa, a una altura de dos metros. Dos hombres cayeron malheridos.
La última barrera
Fue entonces cuando los camiones requisados a la policía arremetieron contra la última barrera y por la brecha penetró la vanguardia de la nueva revolución. El último gran "¡Hurra!". Gritos de "¡Rutskói, Rutskói!".
La multitud, ordenadamente, empezó a concentrarse detrás de la Casa Blanca, ante un balcón ocupado por la mayoría del centenar largo de diputados que habían permanecido en la sede parlamentaria hasta el final. Era el mismo balcón en que Yeltsin celebró su victoria sobre el golpe de agosto de 1991, y frente a él, con boina de paracaidista y metralleta al hombro, se paseaba el general Albert Makashov, un militar fanáticamente fiel al socialismo y a la patria soviética.
"Todo el poder a los sóviets el viejo lema de la revolución leninista, era el grito más coreado. Entre la multitud, medio centenar de nazis uniformados se cuadraron. "¡Viva Rusia!", gritó su jefe. "¡Viva!", respondieron los demás. En una esquina, un borracho tocaba el acordeón.
Las caras de los que entraban expresaban una inmensa felicidad. Algunos levantaban el puño y gritaban "¡hurra!". Algunas viejecitas se movían con sus bolsos de un lado para otro, como si se dirigieran a comprar el pan. "¡Marchad, marchad!", les gritaban a los policías que aún quedaban tras la barrera, ya totalmente inútil. En el balcón, Rutskói cogió el megáfono y no se anduvo por las ramas.
"Sé qué jefes de policía han dado la orden de disparar y lo pagarán", manifestó el vicepresidente ruso. Ahora formaremos columnas para tomar el Ayuntamiento y Ostánkino", la sede del primer canal de televisión. Eran las cuatro menos cuarto y la revolución estaba en marcha.
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