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El Paso, a cinco kilómetros

La aprobación del TLC puede convertirse en una de las claves para la reelección de Clinton

Antonio Caño

Es mucho más de cinco kilómetros de carretera lo que separa a Ciudad Juarez de El Paso. La primera es una ciudad superpoblada y mal urbanizada, llena de comercios desaliñados y prostitutas baratas, rodeada de salas de baile, escombros contaminantes y chabolas intermitentemente ocupadas por nuevos emigrantes. El Paso es un lugar aseado y triste, una ciudad fea, pero ordenada y de buena renta per cápita. Ciudad Juárez es mexicana y El Paso, estadounidense. Ambas tienen, sin embargo, algo en común: los negocios. Los empresarios del norte tienen sus industrias en el sur, y los obreros del sur tienen sus puestos de trabajo en el norte.Hace poco más de una semana estuvo a punto de estallar la violencia en esa frontera. Un cordón de policías norteamericanos fue desplegado una mañana en el lado de El Paso para evitar así la entrada de nuevos emigrantes ilegales. Inmediatamente, la población de Ciudad Juarez levantó barricadas en sus carretera para impedir la llegada de norteamericanos, que suelen acudir a comprar medicinas y cervezas a bajo precio. Los mexicanos quemaron banderas de Estados Unidos y profirieron gritos contra sus vecinos gringos.

Ambas poblaciones, símbolos de sus respectivas sociedades, se ignoran en casi todo. Décadas de incomprensión mutua han levantado un muro entre Estados Unidos y México que ahora se trata de derribar con un tratado de libre comercio. El debate sobre ese tratado, que sólo está pendiente de su ratificación por el Congreso norteamericano, se ha hecho tan agrio porque lo que está en juego es mucho más que la adopción de unas reglas comerciales entre vecinos. Lo que se dilucida aquí es, primero, la convivencia futura entre dos naciones que han estado separadas siempre por un profundo recelo, segundo, el modelo en una nueva relación de Estados Unidos con toda América Latina y, por último, las posibilidades reales de construir un mundo sin barreras comerciales. Para Estados Unidos hay algo más en juego, comprobar si está social y políticamente preparado para abrirse a la competencia con naciones que reclaman ya un puesto entre los países desarrollados.

Según todos los cálculos, el Tratado de Libre Comercio (TLC, o NAFTA en inglés) seríaderrotado hoy en una votación en el Congreso. El presidente Bill Clinton, que pidió correcciones al tratado anteriormente y lo apoya ahora sin reservas, necesita por lo menos medio centenar de votos más para asegurarse el éxito de la iniciativa, que fue negociada y firmada por George Bush y que tiene que ser votadas antes de final de año.

En contra del TLC se han situado el sector más populista del país, simbolizado por Ross Perot, y los congresistas demócratas que representan, fundamentalmente, los intereses de los sindicatos. A favor del Tratado están los republicanos, tradicionales abanderados del libre comercio, y el sector del Partido Demócrata que sostiene puntos de vista más aperturistas y modernos. En esquema, los llamados nuevos demócratas, favorables a abrir el partido a sectores más amplios, están a favor. En contra están los viejos demócratas, partidarios de respetar la coalición ) clásica de ese partido, dentro de la cual destacan los sindicatos.

El argumento principal en contra del tratado es que destruiría puestos de trabajo en Estados o Unidos porque los empresarios invertirían en México, donde la mano de obra es más barata. Esto es fácil de vender publicitariamente pero difícil de sostener científicamente. De hecho, 18 de los 19 estudios independientes que se han hecho sobre las consecuencias del TLC descartan ese peligro.

Varios expertos recuerdan que la mano de obra no es el único factor que influye en los gastos de producción. Existen otros, como transporte, comunicaciones, trabas legales o corrupción, en los que Estados Unidos tiene clara ventaja sobre México. Los estudios mencionados coinciden en que, en los próximos años, seguirá siendo varios dólares más a barato la fabricación de un coche S en EE UU que en México.

México lleva cinco años, desde que Carlos Salinas llegó al poder, con un sistema casi absolutamente abierto al exterior. En ese periodo, las exportaciones norteamericanas a México han pasado de 12.000 a 41.000 millones de dólares. El déficit comercial de EE UU con su vecino del sur se ha reducido de 5.700 millones de dólares a 5.400.

Los partidarios del TLC mencionan frecuentemente como ejemplo las consecuencias de la entrada en la Comunidad Europea de España y Portugal, países menos desarrollados que el resto de sus socios. Pese a que los salarios españoles o portugueses eran más bajos que los de los demás, el efecto no fue que estos descendiesen sino que aumentaron los primeros. Todas las economías de la Comunidad Europea han crecido sin que se haya registrado ninguna consecuencia negativa para cualquiera de los miembros.

El debate sobre el TLC en Estados Unidos es tan complejo porque, además, esconde un sentimiento racista. Muchos norteamericanos que se oponen al tratado lo hacen, en buena medida, porque piensan: "¿Qué nos puede aportar esa miserable nación?". Lo que los norteamericanos conocen de México es una legión de emigrantes semianalfabetos que creen en la Virgen, tienen muchos hijos y podan el césped de su jardín. México suele combatir ese racismo con un falso sentimiento de patriotismo que el Gobierno imparte en dosis apropiadas y oportunas.

Los detractores del TLC, tanto en la derecha como en la izquierda, aprovechan el momento delicado por el que atraviesa este país -Estados Unidos vive una época de transición entre superpotencia indiscutible y potencia preocupada por la competencia- para apelar al proteccionismo y ganar fácilmente adeptos. El ex presidente Jimmy Carter, que es uno de los más activos partidarios del tratado, afirma que el TLC está amenazado por "demagogos con grueso talonario", en referencia a Ross Perot, el millonario texano que fuera candidato independiente en las últimas elecciones.

El más peligroso rival del tratado para Bill Clinton es el jefe de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, Richard Gephardt, quien considera que el TLC perjudica a los trabajadores norteamericanos y al medio ambiente. Los grupos ecologistas, que tienen en el Capitolio el apoyo de algunos congresistas demócratas, aseguran que el escaso nivel de exigencia medio ambiental de México puede elevar considerablemente el, deterioro ecológico de la frontera. Clinton ha introducido en el tratado algunas medidas que obligarán a los mexicanos a mejorar las condiciones de su industria en lo que respecta al daño sobre el medio ambiente.

Para la Casa Blanca, la batalla parlamentaria sobre el TLC es crucial. Una derrota del proyecto, no sólo abriría un abismo en las relaciones entre México y Estados Unidos, sino que pondría también en evidencia la autoridad de Clinton. Por ello, desde la Casa Blanca se trata diariamente de desmentir los argumentos del contrario.

Enfrente de Roos Perot, Clinton ha colocado a otro hombre rápido en la elaboración de argumentos de calado popular, el expresidente de Chrysler Lee lacoea. Con él, Clinton intentará una victoria en un asunto que puede convertirse la cuarta pata sobre la que asentar su reelección. Las otras tres son la reforma sanitaria, la recuperación económica y la creación de empleos.

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