Adiós a todo eso
Existen programas cuyas cotas de audiencia deben ser elevadas, dadas las horas de emisión, su continuidad en antena y el testimonio de las personas que participan en ellos en calidad de protagonistas. Su estructura es simple: documentos reales o casos reconstruidos en montajes visuales que irán a parar a todo tipo de espectadores: niños y,Pasa a la página siguiente
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adolescentes, personas débiles psicológicamente o incluso enfermas, u otras que, potencialmente o con afán meramente imitativo de una información mal emitida, podrían dar forma en el futuro a historias similares.
Todo ello con la pretensión, algo desvirtuada en ocasiones, de ofrecer colaboración ciudadana, ayuda parapsicológica o el seguimiento informativo de los casos a través de la pequeña pantalla. A cambio, los afectados deberán contar sus intimidades, dramas familiares o experiencias paranormales de toda índole y someterse a las preguntas de un presentador ingenioso. El interés para los televidentes está servido.
Y me cuestiono: ¿Quién sabe dónde fue a parar la televisión como medio de comunicación para informar, entretener, culturizar y educar? (y no pretendo generalizar).
¿Están Al filo de la ley ética los que con tanto detalle muestran actos de delincuencia?
¿Nos encontramos En los límites de la realidad o vamos Más allá... de lo esperpéntico?
En definitiva, todavía es un Misterio sin resolver si el telemorbo seguirá reproduciéndose o se conseguirá una vacuna sin demasiados efectos secundarios.-
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