Ortega explota al final
El gesto de Ortega Cano de actuar como único espada iba a convertirse en un fracaso sonado y clamoroso, de los que marcan época, cuando aconteció el milagro en el que nadie confiaba ya: apareció el quinto torito y fue el rimero que se tenía en pie. Como además se dejaba torear, el coletudo lo toreó, y, además, muy bien; diríase mejor que se rompió a torear, que explotó su traca casi in extremis.
Hasta ese momento, la teórica gesta era un gestito, acorde con el tamaño natural de los bureles y artificial de sus pitones. Una fiesta social plena de famosos y famosas televisivos dispuestos a aplaudir todo a su ídolo. Pero éste les dio gato por liebre, pues esas mingurrias derrengadísimas a las que se enfrentaba, es un decir, trasteándolas con más respeto que ajuste, estaban más para bizmas que para embestidas. En lugar de entrega, variedad y brevedad, única fórmula adecuada en estos festejos, hizo la antítesis: dudas, monotonía y pesadez.
Seis ganaderías / Ortega Cano
Toros de Jandilla, Buendía, Manolo González y Guardiola Domínguez, terciados, inválidos y sospechosos de pitones; 5º de Samuel Flores, anovillado, noble y manejable; 6º y 7º (sobrero de regalo), de Torrealta, con trapío, casta y nobleza. Ortega Cano, único espada: estocada desprendida (silencio); estocada trasera y tres descabellos (silencio); estocada perpendicular (silencio); pinchazo y estocada desprendida (silencio); estocada trasera al encuentro (dos orejas); estocada trasera desprendida (dos orejas); estocada corta, dos pinchazos y descabello (ovación); salió a hombros.Plaza de San Sebastián de los Reyes, 31 de agosto. Última de feria. Casi lleno.
Con ello había obrado otro milagro, el imposible, el sumo: amodorrar y hundir en un silencio telúrico a los jaraneros peñistas.
Así, cuando se barruntaba el patinazo llegó el triunfo. Si nos olvidamos, que es mucho olvidar, del tamaño de ese quinto toro, de Samuel Flores -eso sí, con defensas que semejaban ser astifinas, como las de los siguientes-, hay que considerarlo justo. Ortega llevaba el asta sumisa una y otra vez al imán de su muñeca en redondos y naturales, pases de pecho, trincherillas, faroles y otros adornos.
Repitió en el bravo sexto, serio y veleto, con el que volvió a llenar la tarde de templanza y hermosura, abrochando ahora las series con ayudados rodilla en tierra ribeteados de sentimiento y mando. Antes intentó banderillearlo pero le desbordó la casta y renunció tras clavar un par. Ortega pidió el sobrero y sobró, pues su punto de genio lo hacía incómodo, aunque el diestro, ya feliz navegando en el éxito, le echó valentía al asunto.
Babelia
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